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Bangalore, Puttaparthi, Anantapur, Hampi, Vellore, Mahaballipuram, Tiruvanamali, Pondicherry, Auroville, Chidambaram...

 

Enero-Marzo, 2014

Empieza el viaje, si bien, como otras veces, tengo la sensación que empezó hace ya algunos meses, cuando la luz de este sueño se intensificaba con una fuerza tal, que ya no dependía de mí, de a poquitos cobraba identidad propia.

 

Todo va sucediendo como si de un pequeño ritual se tratase.

Me corto el pelo y no son solo unos mechones que caen, con ellos se desprenden también esas capas que llevamos adheridas, que nos dan confort y seguridad, protección y, a la vez, sin que apenas lo percibamos, nos bloquean, desvaneciendo el verdadero sentido de la vida.

 

Esta mañana, al ponerme las sandalias rojas (puedo ver la sonrisa en algunos de vosotros.... sí, sí, las sandalias rojas de los viajes), sentí que todo fluía en mí de forma distinta, como Pulgarcito calzándose las botas de las siete leguas. No era un viaje más, estaba más allá del tiempo, no importaba tanto el destino, me dirigía hacia mí, conmigo y con todos y todas, a reencontrarme con viejos amigos con los que me une un sentimiento muy especial. A algunos sé que los reconoceré de inmediato, a otros.... los más, será quizás a través del brillo de nuestras miradas o, posiblemente en los silencios, en donde recordaremos la forma de seguir caminando juntos.

Bangalore

Aún no ha amanecido cuando llego a Bangalore, capital del estado de Karnataka. El aturdimiento se apodera de mí en esta ciudad que hace tan solo 15 años contaba con una población de 2 millones de habitantes y ahora supera los 8. El crecimiento es vertiginoso, no solo demográfico, también en el campo de la tecnología; el tráfico es descontrolado, la contaminación asfixiante.

 

Me siento en otro mundo, empiezo a percibir esa fusión de olores penetrantes, a especias y neumático quemado, a incienso, orines y excrementos, a fragancia de flores, a océanos de humanidad.... y, finalmente, acunada por el sonido de cláxones, me quedo dormida un par de horas en el hotel. Me despierta un mensaje inesperado de Oskar y Fany, están muy cerquita y me vienen a visitar. Al poco, estamos en el parque Cubbon a la sombra de árboles centenarios, donde las cañas de bambú trepan y trepan al cielo, como si de una competición se tratase, donde las águilas sobrevuelan nuestro encuentro y las miradas curiosas de este pueblo de piel oscura, estandarte de la civilización dravídica nos envuelven. La magia del viaje ha comenzado.

 

Al día siguiente, de nuevo experimento la emoción que conlleva desplazarte en India. Estás en la estación de autobuses, a donde llegas sola y, en pocos minutos, ya estás rodeada de un montón de gente que quieren saber a dónde vas y para qué, de dónde eres, cómo te llamas.... La espera es plácida, tranquila, pero de pronto se produce la estampida, tienes que correr, el bus que esperabas ha llegado y todo parece indicar que, o te precipitas sobre él, o lo pierdes.

 

El viaje en sí es un gozo, inmersa en su código de circulación único que, sin duda alguna, solo ellos conocen, aprecio los cambios en el paisaje. De Bangalore a Puttaparthi, ya en el estado de Andhra Pradesh, podríamos decir que las palmeras han estado siempre presentes, sin embargo, la boscosa vegetación de Bangalore ha ido cediendo su lugar a rocas de granito y campos de pastoreo cada vez más áridos, polvorientos y empobrecidos, donde las cabras hurgan cansinas entre las grietas de la tierra.

Puttaparthi

Aquí nació el 23 de Noviembre de 1926, Sathya Sai Baba, quien afirmó ser la reencarnación del faquir musulmán Sai Baba de Shirdi (1838 - 1918). A los 14 años empezó dando enseñanzas, proclamándose el avatar para nuestra era y en 1963 declaró ser una reencarnación combinada del dios Shiva y la diosa Shakti. Seguidores suyos afirman que poseía poderes que transcendían la experiencia mundana y científica. Su principal enseñanza fue poder ver a Dios en todas las cosas y en todos los seres:

 

"He venido a encender la lámpara del amor para que cada día ilumine con renovado brillo. No he venido en nombre de ninguna religión. He venido a hablaros de una fe unitaria, un principio espiritual, un camino de amor, una virtud de amor, un deber de amor, una obligación de amar."

 

Todo lo que envuelve a Sai Baba es grandioso, traspasando incluso cualquier límite. Su peinado a lo afro, el gran número de devotos en todo el mundo, sus obras filantrópicas: recaudó e invirtió millones de dólares construyendo tanques e instalando 2.250 kilómetros de tuberías para llevar agua potable a miles de personas en más de 700 poblados del sur de India. También construyó hospitales, escuelas, universidades, un aeropuerto, asociaciones culturales y deportivas.... Sin embargo, sobre él se cierne una gran controversia, durante décadas ha sido perseguido y denunciado por abuso sexual, engaño, asesinatos y delitos financieros.

 

Camino por las calles de Puttaparthi que, hace poco, no era más que una pequeña aldea perdida en uno de los estados más pobres de la India. Ahora, es una bulliciosa ciudad, que recibe miles de visitantes que se dirigen a ella cegados por la estela que dejó su maestro espiritual. Sai Baba abandonó su cuerpo físico el 24 de Abril del 2011 pero en su ciudad natal y en muchos corazones sigue vivo.

 

 

 

Anantapur

Un día más y, de la fastuosidad de Puttaparthi me encuentro en la humildad y sencillez del RDT fundado por Vicente Ferrer en Anantapur, la Ciudad del Infinito. Apenas dos horas de autobús y, sin embargo, me parece haber recorrido galaxias. Aquí respiras paz, el silencio es cristalino, no hay preguntas, ninguna inquietud.

 

Estoy en la zona más seca de la India, después del distrito de Jaisalmer en Rajastán. El riesgo de sequía está siempre latente, el impacto es devastador ya que el 75 % de la población depende de la agricultura. No hace mucho, el gobierno aconsejó el éxodo de la población debido a la progresiva desertización pronosticada por los geólogos. Fue entonces cuando Vicente y Anne se establecieron en la región decididos a erradicar la pobreza, el proyecto sigue con más fuerza y determinación que nunca y, la vida de más de dos millones y medio de dálits (intocables) y grupos tribales, los más empobrecidos, los que más sufren la marginación social, está cambiando.

 

Visito sus proyectos sobre ecología "Salvar la Tierra para salvar al ser humano", Sanidad, los talleres de "Colaboración activa para descapacitados, el programa "Mujer a Mujer", el de Nutrición.... pero no es sobre los proyectos del RDT de lo que os quería hablar, en su página web www.fundacionvicenteferrer.org está todo minuciosamente detallado, lo que quería compartir con vosotros es la emoción al escuchar los cantos de las mujeres al darnos la bienvenida a sus hogares, los rituales contra el mal de ojo, las ofrendas de flores, zumos, incienso, frutas.... su alegría, su esperanza, su lucha tenaz.

 

Los niños, las mujeres, los hombres, todos en las aldeas que visitamos nos quieren tocar, nos quieren sentir cerca y retener, y es, en estos momentos cuando recuerdo que incluso hoy en día, aún haciendo tantos años que se abolió el sistema de castas, todavía se espera que los dálits inclinen sus cabezas y permanezcan a una distancia respetuosa en presencia de personas de una casta superior. Entonces es cuando me acerco más, tanto como me piden sus miradas y nos abrazamos y permanecemos juntos unos instantes.

 

Hoy, 14 de Enero, es el día de la recolección: Sankaranthi, también conocida en muchos lugares como Pongal, simboliza la prosperidad y abundancia de una cosecha provechosa. Cualquier ocasión es buena en la India para mostrar gratitud. Los mandalas en las puertas de las casas brillan con colores luminosos y, engalanados con pétalos de flores, ofrecen comida a los animales, especialmente a las vacas por su colaboración en la cosecha, éstas al acercarse y comerla, expanden su divinidad intercambiando así el ofrecimiento.

 

Antes de dejar la fundación conozco a Anne Ferrer, son momentos de admiración y gratitud mutua, con la certeza de que la meta de Vicente Ferrer de transformar la sociedad en humanidad ya está dando sus frutos.

Hampi

De Anantapur me dirijo a Hampi, tan solo 170 kms, sin embargo, tengo que tomar tres autobuses y por último me espera la barca para cruzar el río. Disfruto de cada momento de este viaje percibiendo que me dirijo a uno de los lugares energéticos con más fuerza de la Tierra, sin duda, uno de los más hermosos de India.

 

Imposible sucumbir ante la belleza de sus arrozales, ensortijados por un sin fin de cocoteros, mangos, caña de azúcar, bambú, bananeros.... Todos ellos bajo el cobijo de innumerables, grandiosas, rocas de granito, dispuestas de tal forma, que más bien semejan esculturas desafiantes a las leyes del equilibrio. Se sabe que emergieron como consecuencia de la actividad volcánica y, la erosión, durante miles de años, fue esculpiéndolas de forma que ahora se muestran ante nosotros altivas, orgullosas, custodiando este paraíso arqueológico compuesto por más de 300 templos, palacios y jardines, pertenecientes al imperio hindú Vijayanagar el cual tuvo su máximo esplendor en el siglo XV.

 

Visitamos el templo de la diosa Lakshmi, el de Durga (la feminidad sagrada y fertilidad de la tierra india) y, en el ascenso de los más de 600 escalones que conducen a lo alto del templo Hanuman, contemplamos el gran valle, dominio de los dioses mono. Aquí se siente la shakti de Hampi con una intensidad desbordante, el valle en sí se diría que es el puente capaz de unir lo mundano con lo divino. 

 

El tiempo se detiene, los pájaros no cesan su canto, a cualquier hora del día oyes su trino. La brisa de la tarde meciendo los cocoteros, precede al croar de las ranas, al gorjeo de los grillos.

 

Los últimos días en Hampi son todavía más maravillosos, mi reencuentro con Govinda es dulce, entrañable. A sus 24 años sigue retrasando su boda, quién sabe!, a lo mejor puede él elegir a la mujer con quien compartir su vida.

 

Visitamos las cascadas, paseamos, charlamos y despeja mis dudas en cuanto a acercarme a donde se celebran los ritos funerarios. Por el temor a interferir los contemplaba desde la lejanía, pero él, me alienta a reunirme con ellos. Así lo hago y me emociono al sentirme tan bien recibida. A los pocos minutos, se diría que me he convertido en un miembro más de la familia que llega a presentar sus respetos y desear un buen karma al ser querido el cual, tan solo hace nueve días, abandonó su cuerpo. Llega el momento de los rituales, serán tres días durante los cuales se suceden las ceremonias pautadas paso a paso. El hijo mayor se corta el pelo dejando tan solo un pequeño mechón, los varones realizan las abluciones en el río y el resto lo dejan en manos de los swamis a los que siguen con toda su devoción. Bendiciones, incienso, mandalas, ofrendas... las mujeres no participan, pero están presentes.

 

Al finalizar el tercer día, el río acogerá sus cenizas y desde ese día, cada año, la familia volverá al mismo lugar para recordarle.

 

Hablamos sobre las castas, me dicen que son solo los brahmanes, la casta más alta, los que siguen realizando las incineraciones, el resto, generalmente, entierra a sus muertos. También me cuentan que nadie de otra casta puede preparar su comida, ni tocarles, ya que quedarían contaminados y se verían obligados a lavarse para evitar tener un mal karma.

 

Uno de los swamis movido por mis preguntas, me invita a visitarlo en su casa después del ritual. Desafortunadamente, cuando le estoy esperando me dicen que de un pueblo cercano le han llamado, alguien se está muriendo y requieren su presencia, me pide que vuelva por la tarde pero ya tengo que dejar Hampi, será en una próxima ocasión cuando pueda hablar con los swamis.

 

Se acabó el tiempo aquí, aunque sé que volveré, hasta entonces, mi corazón será el guardián del sonido de los tambores, del rumor del viento, del cariño y la ternura de Govinda y su familia, de esa calidez única de los atardeceres en Hampi, su magia, su embrujo.

 

24 de Enero. Son las 6 de la mañana y de nuevo me encuentro en Bangalore, pero esta vez, en la estación de tren, alguien me está esperando, es el chófer de Mukesh que en una hora me llevará a su casa. Apenas 22 kilómetros de Bangalore y, sin embargo, estamos en plena jungla, atrás quedaron las vacas, cabras, búfalos, los monos de Hampi.... Aquí, me dicen que esté alerta a las cobras, a todo tipo de serpientes, escorpiones.... Ni siquiera puedo salir al jardín sin llevar un palo, el cual debo golpear al suelo insistentemente, con el convencimiento de que, si están al acecho, la propia vibración les ahuyentará.Es una casa preciosa, de espacios abiertos con grandes arcadas, techos altos a través de los cuales vemos el cielo. Nada aquí proviene del azar. Todo ha sido meticulosamente concebido convirtiéndola en un hogar lleno de amor. El día de su inauguración, una vaca participó en las pujas, apenas entrar hizo pipí y todos lo consideraron un buen augurio.

 

Conocí a Mukesh a mediados de los setenta. Fue un tiempo que vivimos intensamente, colmado de retos, desafíos, ilusiones y proyectos. Formábamos un grupo heterogéneo, cualquier nacionalidad, historia, cultura, tenía allí cabida. Vivíamos en Londres donde nos parecía que todo era posible, todo estaba permitido. Deambulábamos por Bayswater, Hyde Park Corner, Earls Court ... y de aquel tiempo nació una amistad que, ni siquiera los más de 30 años en los que perdimos por completo el contacto, han sido capaz de debilitar.

 

Mukesh y Alexandra son ahora mi familia en la India, con ellos visito al gurú Neelakantan, quien primero nos recibe en su casa y luego asistimos juntos a las pujas vespertinas en el templo Sri Radhakrishna, para recibir el darshan. Vamos a conocer la casa que Ragú, su chófer, se está construyendo, para que Mukesh, su jefe y mentor, les bendiga. Cuando llegamos, tanto Ragú como su mujer y sus hijos se postran en el suelo tocando nuestros pies, es su muestra de respeto y gratitud. En mi interior siento un estremecimiento, como si una descarga eléctrica recorriese todo mi cuerpo, pero permanezco inmóvil con toda la aceptación de la que soy capaz. Cuando posteriormente lo comentamos, me dicen que Ragú y su familia se hubiesen sentido insultados si no les hubiese permitido realizar dicha postración.

 

Son días tranquilos cargados de ternura, aunque también los vivo con un poco de inquietud, aquí no soy una turista que pasea por las calles, mercados, que visita templos. No, aquí me veo inmersa en sus costumbres, en su cotidianeidad. Regina y Mary preparan para nosotros unas comidas deliciosas, los mejores dosa y chapatis que haya probado nunca. Cuando entramos en la oficina de Mukesh todos se ponen de pie inclinando ligeramente la cabeza. Ragú está siempre atento a nuestros movimientos. Los guardas de seguridad vigilan la casa día y noche... Sin percibirlo, todo en su conjunto me va agobiando un poco y espero ansiosa partir de nuevo, quizá para vivir la India como una espectadora, pero, en definitiva, siendo más yo misma.

Mahaballipuram

Cojo el autobús en dirección a Mahabalipuram. Aunque no es una distancia larga, tengo que hacer dos o tres transbordos. Decido hacer una parada en Vellore a 200 kms de Bangalore, a donde llego físicamente demasiado cansada para afrontar otra bulliciosa ciudad. Si Bangalore es sucia, caótica, destartalada.... Vellore reúne las mismas características a pequeña escala. No obstante, reconozco su encanto caminando por las estrechas, laberínticas callejuelas repletas de bazares, gente, todo tipo de vehículos, vacas hurgando pasiva pero ininterrumpidamente en las montañas de basura que se acumulan por doquier. Con un rickshaw voy a ver su gran templo dorado y el inmenso fuerte Vijayanagar, rodeado por un parque que acoge a todo el que desee un poquito de descanso o, compartir una comida mientras los niños, aleteando como mariposas juegan, corren, te persiguen.... pero me siento exhausta, incapaz de afrontar tanto caos, llevo viajando demasiadas horas y mi corazón no tiene cabida para albergar su belleza, es entonces cuando se intensifica el deseo de estar junto al mar, así que tomo el tiempo que necesito para recuperarme y sigo mi ruta.

 

Mahabalipuram es un pueblo de pescadores capaz de hipnotizar a cualquiera. Su legado histórico data de los siglos VII al IX correspondiente a la dinastía Pallava.

Alquilo una habitación en una guest house frente al mar, donde los amaneceres, contemplando la fuerza del golfo de Bengala, son únicos, pero, no son esas olas danzantes, cabalgando a galope, lo que me atrae, si no unirme a la gente en su ritual matutino. Me levanto cuando todavía es oscuro y antes de que la poderosa bola de fuego emerja, ya somos un numeroso grupo que permanecemos en un silencio expectante, una paz cargada de misterio. Cuando el disco dorado se empieza a perfilar, el sigilo se quiebra dando paso a una felicidad desbordante, contagiosa. Es entonces cuando tiene lugar la gratitud por un nuevo día, cuando se aceptan las bendiciones.... se acercan lentamente a recoger apenas unas gotas del agua del mar que, primero beben y después, con gran devoción, derraman sobre sus cabezas, y de a poquitos, empiezan las risas, los juegos, la alegría se expande, atrás quedó el silencio. Un nuevo día ha empezado.

 

Conozco a Karthi y me invita a visitar a su familia. Llegamos prontito por la mañana a su casa y ya su madre nos había preparado, té, dosas y dulces. Viven en una colonia de pescadores cerquita de Mahabalipuram, a tan solo 3 kms. Aquí no hay turismo, ningún monumento que visitar, se trata de una aldea recién construida, con apenas unas calles donde viven todos aquellos que tras el tsunami en el 2004, perdieron sus casas. Cada día recuerdan el momento en el que empezaron a correr y correr huyendo de las gigantescas, devastadoras olas que arrasaron todo. Fueron unos días atroces, vividos con incertidumbre ante la magnitud del cataclismo. Sus voces se quiebran al narrarlo, sus ojos se empañan, pero hablan y hablan de ello sin concederse una tregua.

 

Mahabalipuram fue declarada por la Unesco, Patrimonio de la Humanidad en 1984. Paseando desde la orilla del mar hasta el faro de piedra roja y negra, admiro sus templos, el maravilloso bajorrelieve conocido como la penitencia de Arjuna o el descenso del Ganges, labrado en una inmensa roca de granito con una grieta natural por la que descienden seres serpentinos. Una manada de elefantes, bajo ejércitos de ángeles, presencian la mortificación de Arjuna para ganarse el arma más poderosa que solo Shiva puede otorgar.

 

También visito los cinco Rathas que reprentan el vehículo de los dioses y los héroes épicos de la India clásica. Cada uno recibe su nombre en el Mahabarata; se trata de los cinco hermanos Pandava y su mujer colectiva Draupadi.Así pasan los días plácidamente, deambulando desde prontito por la mañana, por el entramado de estrechas calles. Aún está empezando a clarear y ya las mujeres recogen agua de las fuentes donde también lavan la ropa y los cacharros de cocinar. Barren con pulcritud el trocito de calle delante de sus casas, para dibujar coloridos mandalas, creando una atmosfera auspiciosa que ofrecen al nuevo día. La ciudad está despierta, así lo anuncian desde los templos a las 6.30 recitando mantras, cantos sagrados.Al mediodía, cuando el calor es intenso, el ritmo se apacigua, hasta las vacas se muestran todavía más perezosas de lo habitual y se acercan al mar pasivamente, como aletargadas, Y, de nuevo, a la puesta de sol, la gente se reúne en la playa, cerrando así el ciclo del gran disco de luz.

 

Conozco a Claudio, es suizo pero habla un español perfecto con entonado acento mexicano, empezamos a hablar y todo fluye, no solo hablamos el mismo idioma, también compartimos vivencias que nos llevan a recorrer continentes, momentos de nuestras vidas. Nos preguntamos cómo, por qué viajamos, nos une también la pasión por la fotografía en los viajes y escavamos en el significado de esas imágenes que hablan por sí solas o encierran los más profundos secretos, que a veces son inquietantes y otras portadoras de una gran ternura, sonrisas, miradas transparentes, expectantes, historias que demandan ser re-escritas con más amor, en definitiva imágenes solicitadas, robadas, compartidas....

Tiruvannamalai

3 de Febrero. Decido seguir la ruta que esta vez me llevará a Tiruvannamalai, donde Shiva es adorado en su encarnación de fuego, simbolizando la luz poderosa capaz de extinguir las tinieblas y el mal. Cuenta la leyenda que Shiva, el destructor del Universo, se apareció en forma de columna de fuego en el monte de Arunachala que flanquea la ciudad y creó el símbolo original del lingam. Supuestamente, es aquí, en el corazón de la montaña roja, donde Shiva tiene su morada sagrada.

 

Fue en esta montaña, donde Ramana Maharsi permaneció durante más de 50 años. Según él, gracias al poder espiritual de la montaña pudo lograr la realización del Ser.

 

 

A la edad de 16 años, Ramana Maharsi tuvo una experiencia interna que lo transformó para siempre: estaba perfectamente sano y, repentinamente, sintió una vívida y aterradora sensación de muerte. Durante los siguientes minutos pasó por una experiencia de muerte simulada, a través de la cual fue consciente de que su naturaleza real era imperecedera y no estaba relacionada con el cuerpo ni con la mente. Dicha experiencia fue permanente e irreversible en su vida, a partir de entonces, tuvo conciencia de su verdadera naturaleza eterna, desapareciendo para siempre el concepto de ser una persona individual. Así es como él lo describió años más tarde: "El terrible impacto del miedo a la muerte, hizo que mi mente se dirigiera hacia adentro, y me dijo ¿Qué significa? ¿Qué es lo que muere?". 

Durante seis semanas mantuvo la apariencia de un muchacho normal de su edad, pero esa postura fue para él insostenible decidiendo abandonar su hogar para dirigirse directamente a la montaña de Arunachala. Esa elección no fue casual puesto que él siempre había asociado el nombre de Arunachala a Dios y fue una gran revelación el descubrir que no se trataba de un reino celestial sino de una entidad terrenal tangible.

 

Después de algunos años sumido en disciplinas de silencio, viviendo en templos y cuevas de los alrededores de la montaña, su conciencia interna empezó a manifestarse como una radiación espiritual externa atrayendo a un pequeño grupo de seguidores, quienes permanecían junto a un joven Ramana inmerso en su silencio interno y con quienes empezó a impartir su enseñanza de un modo muy peculiar: en lugar de ofrecer respuestas verbales, constantemente emanaba una fuerza o poder silencioso, que aquietaba las mentes que estaban en armonía con él y, en ocasiones les transmitía una experiencia directa del estado en el cual se encontraba. Años más tarde, empezó a dar su enseñanza de manera verbal, aunque insitió en que la corriente silenciosa de poder, contenía sus enseñanzas en la forma más directa y concentrada. Él decía que sus enseñanzas verbales las daba sólo para aquellos que no podían entender su silencio.

 

Con los años a Sri Ramana Maharsi se le reconoció como un hombre sagrado de gran popularidad y respeto en toda la India. Todos aquellos que le visitaban quedaban impresionados por su simplicidad y humildad, estaba dispuesto las veinticuatro horas del día para ellos, viviendo y durmiendo en un salón comunal de su ashram abierto a todo el mundo. Sus únicas posesiones eran una liviana vestimenta tradicional, un contenedor de agua para beber y un bastón. Rehusaba cualquier tipo de adulación y participaba en el trabajo comunitario, levantándose durante muchos años a las tres de la mañana para preparar la comida de los residentes en el ashram. El trato igualitario se extendía a todos los seres, los animales, las vacas e incluso los árboles, pidiendo a sus devotos que no les quitaran flores o frutos y en caso necesario que lo hicieran infligiéndoles el menor dolor posible.

 

Ramana Maharsi no fue un filósofo ni un brahmán, no pretendía elaborar una doctrina, ni transmitir ningún dogma. Su enseñanza fue espontánea y amorosa desde lo más hondo de su corazón. Presentaba una religión del espíritu que permitiera la liberación total de dogmas, supersticiones y ritos.

 

Cuando llego, voy directa a Yeri Karai a encontrarme con Gayatri y Ananda; no nos conocíamos, pero teníamos una muy querida amiga común: Mamen. Nada más llegar me doy cuenta que no es casual que el camino me haya llevado a su hogar, siento que no hay distancias entre nosotros, somos viejos amigos. Estoy en casa.

 

Viven en una tierra que mira a la montaña Arunachala. Su silueta se perfila al alba, va tomando color poquito a poco y así, emanando su energía nos absorbe, sientes su protección. Arunachala nos guía. Aquí han construido unas cabañas, cuidan la tierra, en ella han depositado su arte, su amor, su ternura y de ella la reciben. Paso unos días maravillosos, acunada de nuevo por el croar de las ranas, el cantar de los grillos, los sonidos de la naturaleza y también por sus silencios, mecida por el viento, colmada de cariño.

 

Prolongando la armonía de esta tierra, subo a la montaña y visito el ashram donde vivió Ramana. Desde allá arriba se divisa el templo Arunachaleswar, uno de los más grandes de la India, con sus cuatros gopurams representando los cuatro puntos cardinales. Al entrar en él, pasas por una serie de anillos concéntricos que van evolucionando desde lo profano hasta lo más sagrado, desde el muro exterior de mendigos y mercaderes, pasando por pasillos oscuros repletos de dioses ataviados con coloridas telas y flores siempre frescas, hasta llegar al corazón del templo donde hay un horno crepitante escupiendo fuego permanentemente. Lo diviso desde la lejanía, con cada paso que daba incrementaba la oscuridad, cada vez había más y más gente, se intensificaba el olor de la cera de innumerables velas, desde lo más profundo de mí, sentí una opresión que finalmente me hizo retroceder, al poco, en medio del aturdimiento, me encontré en el mercado que rodea el templo, también repleto de gente, colores, olores, ruido..... pero ya liberada de esa opresión.

 

Visito la cueva en donde Ramana Maharsi pasó 19 años meditando, el lugar es único, atemporal, como entrar en una dimensión repleta de paz en donde no hay nada que hacer, ni siquiera ser porque la unión con el Todo te absorbe. Paseo por la montaña y alrededor de ella, por el camino Girivalam repleto de sadhus, algunos como yo caminando, otros contemplando el pasar de las horas, jugando sentados en el suelo sobre un tablero inventado, con unas fichas también fruto de la más asombrosa imaginación, otros leyendo esos gigantescos periódicos, legado del gran imperio, y los más simplemente dormitando en cualquier lugar. Cierro los ojos y me siguen sus miradas, el color azafrán de sus ropas, el turbante que recoge el gran amasijo de largos cabellos ensortijados de rastras.... y de alguna forma, siento que pertenezco a este lugar, que ésta ya fue mi tierra y formo parte de ella.

Es luna llena y me uno al peregrinaje alrededor de la montaña. Más de cien mil personas formando un círculo en la tierra, mientras la luna dibuja el suyo propio en la bóveda que nos envuelve. Son tan solo 14 kilómetros pero al recorrerlos es como si ante mí se desplegase toda una vida. Inesperadamente, parece que todo se precipita, una gran avalancha de gente caminando descalzos con rapidez, casi de una manera frenética, como si la única razón fuese alcanzar el destino y el presente no importase. Sin embargo, también hay momentos de una gran calma en los que nuestro caminar es pausado, el "Om Namah Shivaya" es cantado con devoción mientras atravesamos un bosque, iluminado tan solo por el místico resplandor de multitud de velas. Con respeto y gratitud las manos se posan en sus llamas en señal de purificación. De súbito, el entorno parece cambiar, como esos momentos en los que nuestras vidas se tambalean y la inquietud se apodera de nosotros, me encuentro rodeada de astrólogos predeciendo el futuro, salen de sus diminutas jaulas los loros que elegirán la carta que leerá tu destino, o esos grupos de gente en donde alguien lee las líneas de la mano a otro alguien, mientras el resto asiente con vehemencia o quizás resignación.

 

El camino sigue y esta vez nos muestra nuestra parte más creativa, preciosos dibujos en el suelo representando distintas divinidades pero de una única manera, la impermanencia. Mañana habrán desaparecido, quizás barridos por el viento o tras las pisadas de los últimos caminantes, no importa, mostraron su belleza, fueron ofrecidos con generosidad formando parte del camino que, como un gran río, va nutriéndose a su paso, poco a poco su esencia se va enriqueciendo.

Así percibimos cada etapa del peregrinaje, cada etapa de nuestra vida, complementándose unas veces y oponiéndose otras, cada uno ocupando su lugar, su momento, siguiendo nuestro rumbo de forma diferente aunque la corriente nos empuja por igual. Mañana seguiré el viaje hacia Pondicherry pero ahora, mis pensamientos se posan con amor en todos los momentos vividos, en el ashram, en el templo y en el bazar, en los tejados bailando danzas sufíes, cantando bajhans, participando en satsangs, pero sobre todo en la tierra de Ananda y Gayatri contemplando la Montaña. Las personas que lo hicieron posible ya forman parte de mí, de alguna manera, seguiremos juntos. Antes de dejar este lugar quisiera transcribir aquí, unos poemas de Ananda y también mostraros un poquito el alma de Gayatri a través de su arte.

Who is the one that writes?

who is the one that reads?

are we one, two or none?

 

Una hoja cae

sin esfuerzo

sin aferrarse a la rama,

en paz flota hacia abajo

en un baile final

en el viento nocturno.

Antes de despedirse

del resto de hojas

y del enorme árbol,

pasó una semana

meditando,

sin comer ni beber

clarificándose

cambiando de color

del verde al marrón.

Crujió y cantó

en el viento,

dejó que la lluvia

la duchara y limpiara

hasta una inmaculada limpieza

y abrazó al sol cálida,

como una amante secreta

en un instante final de posesión.

Una hoja cae

en paz.

 

Ananda Surya

Pondicherry

Se trata de una encantadora ciudad colonial. El barrio francés, tranquilo y sombreado por esa melancólica decadencia, muestra orgulloso sus porticones color mostaza, desconchados y entretejidos por las ramas de hermosas buganvilas. Estos coloridos arbustos, no solo sostienen el peso de su exuberante vegetación, también acarrean el peso de su esplendoroso pasado. 

 

 

Su belleza no se ha extinguido, más bien se diría que ha transmutado, ahora pertenece a esos días del país de nunca jamás manteniendo unido, en un amoroso abrazo, el tiempo vivido y los días todavía por vivir.

 

Sin embargo, el barrio francés, bañado por la brisa del mar, no tendría sentido sin la proximidad de las bulliciosas calles del resto de la ciudad. Estamos en Tamil Nadu, Pondicherry es una muestra más de la generosidad desbordante de esta tierra, nuestra Madre India. No en vano fue aquí donde, a principios del pasado siglo, llegó Sri Aurobindo, poeta, filósofo, político luchador por la independencia de la India, pero sobretodo el gran maestro espiritual. Esta ciudad le acogió y aunque dejó su cuerpo físico en 1950, su pasado es presente hoy. Sus enseñanzas, su legado, su amor laten con más fuerza día a día. Visito el ashram donde se encuentra su samadhi junto al de Mirra Alfassa, su compañera espiritual, conocida como la Madre, sentada allí siento su presencia con profunda intensidad.

Auroville

De Pondicherry voy a Auroville, muy cerquita, tan solo a 14 kilómetros.

Este proyecto nació el 28 de Febrero de 1968, cuando más de cinco mil personas, representantes de 124 países y de todos los Estados de la India, depositaron, en una urna en forma de loto, un puñado de su tierra natal como símbolo de Unidad Humana. La idea se presentó a la ONU y al gobierno de la India en 1965; en 1966 la Unesco tomó la resolución de aceptar y asistir a este proyecto único.

 

Sri Aurobindo dice en sus escritos: "El hombre es un ser de transición, no está completo. La evolución no ha acabado; la razón no tiene la última palabra, ni el animal racional es la suprema figura de la Naturaleza". "Hay algo que todavía no es pero que tiene que ser, el hombre está dirigiéndose siempre hacia algo todavía no realizado; su vida y naturaleza enteras son una preparación, un esfuerzo de la Naturaleza hacia lo que está más allá de él".

 

 

 

Mirra Alfassa llevó a cabo el proyecto en el que había soñado durante años, ya en 1912 en un ensayo cita "... se requiere una sociedad ideal para el florecimiento de una nueva raza que manifieste la divinidad interior...", posteriormente en 1930 también encontramos referencias a ".... un modelo de ciudad que acoja una sociedad espiritualizada que pueda hacer de puente entre el Supermente y el ser material..." y en 1961 en su agenda, encontramos "... este punto central (refiriéndose al Matrimandir) es un parque del que tuve una visión cuando era pequeña, quizás la cosa más bella del mundo desde el punto de vista físico, de la Naturaleza material, un parque con agua y árboles como en todos los parques, y flores.... y si es posible una pequeña cascada... Abajo, en la parte inferior, simplemente una sala de meditación, un lugar vacío y al fondo, una luz viva, constante. De todos modos, un lugar muy calmo y silencioso...". 

 

En su origen, la zona en donde se ubica ahora Auroville, era una meseta semidesértica. En poco más de 40 años se han plantado casi dos millones de árboles, desarrollando técnicas para aumentar la capa freática, controlando su calidad con el tratamiento de las aguas residuales y la compactación del suelo, para evitar su erosión. El resultado es una densa selva, que ha suavizado el clima y, con ello, las condiciones medioambientales para la vida en general. 

 

Aquí estoy en un lugar precioso, rodeada de naturaleza, árboles enormes trepando al cielo y entrelazándose de forma que casi lo ocultan. Oyendo el trino de los pájaros y admirando sorprendida al pavo real, cada vez que aparece y desaparece en los tejados. Basta un corto paseo para encontrarte con alguna mangosta, siempre escurridiza, corriendo para ocultarse. Delante de mi habitación hay también un baniano, ese árbol casi mitológico, que de por sí solo puede llegar a convertirse en un bosque de varias hectáreas... Sus raíces aéreas emergen de las ramas, creciendo hacia abajo, como si fueran lianas. Una vez que estas raíces llegan al suelo, arraigan y se vuelven leñosas y de soporte. Al baniano se le conoce también como higuera estranguladora ya que empieza siendo epífito, es decir, apoyándose en otro árbol al que acaba asfixiando. Su longeva existencia ya que pueden vivir cientos de años, se debe a la semilla contenida en las heces de monos, aves y murciélagos que comieron su fruto.

 

Alquilo una bicicleta para recorrer esta ciudad diseñada como una galaxia en espiral, lugar único en la Tierra. En su centro está ubicado el Matrimandir (templo de la Madre), y tal y como lo describió Mirra Alfassa según aparecía en sus sueños, hoy en día, es un espacio de silencio y concentración, de absoluta paz. Se construyó para crear un eje, un templo simbólico del nuevo mundo para que todas las consciencias se unan, en definitiva representa el Alma de Auroville.

 

El Matrimandir es una gigantesca esfera de 30 metros de altura por 36 de diámetro, revestida con mosaicos circulares de pan de oro, dentro de cristal fundido. Aparece como suspendida en el aire, altiva. Cuando estás cerca, es tal su presencia, que los puntos que la sostienen, elevándola al infinito, casi son imperceptibles. Doce pétalos la custodian en un amoroso abrazo. Se trata de unas cuñas, cada una albergando una cámara de meditación, paredes sin aristas unidas al techo y suelo como si de un huevo se tratase y de colores distintos que, a su vez, producen una particular vibración. Cada pétalo tiene su propio propósito: Receptividad, Progreso, Coraje, Bondad, Generosidad, Ecuanimidad, Paz, Sinceridad, Humildad, Gratitud, Perseverancia y Aspiración.

 

En el interior de la gran esfera las paredes y el techo son de mármol blanco. Subimos a la sala más alta a través de unas rampas en espiral; el suelo de esta sala está suspendido y separado unos centímetros de las paredes produciendo la sensación de ingravidez, como de estar flotando. En el centro, hay una bola de cristal de 70 cm de diámetro y en su parte superior se encuentra el "Heliostat", un sistema mecánico de espejos fijos y móviles que captan la luz del sol y la envían directamente sobre ella, atravesando, no solo esta gran bola, sino la esfera en su totalidad hasta descender a otra bola de cristal pequeñita, que se encuentra en el lugar más profundo, en medio del estanque del loto, podríamos decir que reside en las entrañas de la tierra, en el inconsciente. Es esta apertura la que permite el descenso de la energía supra mental desde arriba, inundando todo con esa nueva luz, para ascender de nuevo y permitir la unión con la consciencia universal. Cuando estás en su interior sientes su fuerza, su protección, regresas al útero de la Madre sintiéndote a la vez, parte del Universo.

 

En Auroville, hay actualmente unas 100 comunidades esparcidas por toda la selva auroviliana, son alrededor de tres mil habitantes pertenecientes a 45 diferentes nacionalidades. Aquí no existe la propiedad privada, la educación es integral y cada niño es tratado como un ser único, alternando el estudio lectivo con el descubrimiento y desarrollo de las facultades latentes en cada uno, tanto físicas como psicológicas y espirituales. Auroville se ha situado también a la vanguardia de las tecnologías alternativas exportando plantas de biogás, aerogeneradores, calentadores solares y paneles fotovoltaicos.

En este lugar, presa entre la utopía y la realidad, vivo momentos maravillosos escuchando cantos celestiales al amanecer. A la puesta del sol, los sonidos mágicos de esas tablas metálicas (singing bells) acariciadas por una mujer, que más bien se diría que es un hada recién llegada de Avalon. Sostengo con la mirada, las estrellas que, como yo, escuchan las melodías del piano que hace añicos la oscuridad impenetrable de la noche. Asisto a una representación de danza contemporánea, inspirada en los poemas de Tagore y dando fe a la magia que invade este país, cuando iba a ver unos bailes bellísimos en homenaje al pensamiento de Krisnamurti, me encuentro en la puerta, como esperando mi llegada para darme la bienvenida, a mi querido amigo Raman, embajador de Krisnamurti. No nos habíamos visto desde hacía unos años, qué emoción sentimos, qué gran gozo, nuestras manos se estrecharon y yo no le quería soltar por temor a que el sueño se disipase, pero no era un sueño, era real. Raman ha estado junto a Krisnamurti desde finales de los años setenta, su misión, ahora con más fuerza que nunca, se basa en difundir sus enseñanzas, así que allí estaba él, como asesor y asegurando que el pensamiento de este gran Maestro nos llegue a todos con absoluta veracidad. Parece que en mi corazón las emociones se desbordan, ya no hay cabida y sin embargo, crecen y crecen.....

 

Hoy me despido de Auroville celebrando su aniversario. Somos muchos, quizás miles, contemplando un gran fuego antes del amanecer, justo al lado de la urna donde hace 46 años 124 países depositaron ese puñado de su tierra natal como compromiso de este gran proyecto. Juntos escuchamos las palabras de Madre y la carta de Auroville:

 

"Auroville no pertenece a nadie en particular, Auroville pertenece a la humanidad en su conjunto, pero para vivir en Auroville,

es necesario ser un servidor voluntario de la Consciencia Divina.

Auroville será el lugar de la educación permanente, del progreso constante, y de una juventud que nunca envejece.

Auroville quiere ser el puente entre el pasado y el futuro.

Aprovechando todos los descubrimientos exteriores e interiores, quiere lanzarse audazmente hacia las realizaciones futuras.

Auroville será el lugar de búsqueda espiritual y material para que tome cuerpo una Unidad Humana concreta".

Chidambaram

Me dirijo a Chidambaram, mi última etapa, en donde en el complejo de templos de Nataraja tendrá lugar el festival de danza Natyanjali. Hasta aquí llegan bailarines de todo el sur de la India que vienen a honrar a la representación del dios Shiva como danzante cósmico, el que con su danza divina destruye el desgastado universo haciendo los preparativos necesarios para que el dios Brahma inicie el proceso de creación. Shiva sujeta el tambor que marca el ritmo de la creación, el fuego a su alrededor simboliza la destrucción. Un ciclo de creación sucede a otro, uniendo los opuestos: la luz y la oscuridad, el bien y el mal.

 

Aquí paso unos días. Como siempre, cuando llego a un lugar nuevo, me encuentro un poquito desubicada, sé que necesito tiempo para adaptarme especialmente en estas ciudades bulliciosas, y Chidambaran, pese a su reducido tamaño es una de ellas, en pocos metros cuadrados se condensa la misma intensidad de ajetreo, griterío, suciedad y encanto que en cualquier ciudad de millones de habitantes....

 

 

Me siento en el suelo en el templo, junto con otros centenares, quizás miles de espectadores, a contemplar estas danzas que narran historias ancestrales, para mí desconocidas, pero igualmente bellas. Escucho su música, comparto con ellos su emoción.... También en el templo, estando todavía en la zona que podríamos denominar profana, me siento atraída por un grupo de gente, permanezco observándoles unos instantes y les pido permiso para hacerles una foto. No podía imaginar que a los pocos minutos estaría compartiendo con ellos su comida, me invitan entusiasmados y muestran una gratitud inmensa porque haya aceptado. Al principio con timidez, pero poquito a poco, ésta se va disipando a la vez que los lazos se unen, las muestras de cariño se intensifican, me acarician, nos abrazamos y parece que ya formo parte de este maravilloso clan. Finalmente, la mujer que en apariencia es la matriarca, quiere que nos hagamos una fotografía juntas, después me dice: "now we are sisters" (ahora ya somos hermanas). 

Recuerdo que la primera vez que vine a la India, de esto hace ya casi 20 años, tuve la impresión de que no era fácil contactar con las mujeres, permanecían en la distancia, ocultadas tras la presencia masculina, únicamente unas miradas furtivas, inclinaban la cabeza.... No podíamos acercarnos más. Sin embargo, ahora, no sé si porque estoy en el sur, o quizás porque el tiempo va cambiando todo, estas barreras ya no las percibo. La mujer es totalmente participativa, se muestra desinhibida, contactamos, a veces no es posible utilizando las palabras, pero no importa, nos comunicamos, siento la cercanía, la complicidad y esto me llena de gozo.

 

Como huyendo un poquito de la bulliciosa ciudad, un día me dirijo a Pichavaram, está cerquita, a 15 kilómetros. Así que voy con un rickshaw, o tuktuk como también se les llama y me encuentro que, tal y como decía la guía que siempre llevo conmigo, es un páramo pacífico de manglares y marismas rebosante de paz. Desde allí me percato que estoy a tan solo 7 kms del mar y le pido al conductor que me lleve, quiero despedirme también de las aguas del maravilloso golfo de Bengala. Me felicidad es total en estas playas paradisíacas de arena dorada sombreada de palmeras.

 

Así cierro este peregrinaje que me ha llevado a recorrer los vestigios de las dinastías Pallava, Chola, Vijayanagar.... hasta la invasión de los mongoles y la colonización inglesa.

 

Hasta siempre mi querida India

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