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Antes del viaje

 

 

Escribo estas líneas, yo no diría que antes del viaje puesto que de alguna forma para mí "el viaje ha comenzado". Lo empecé a vivir desde el instante en el que sentí su llamada. El avión todavía no ha despegado, pero sí mi corazón, invadido por esa sensación de ser un pájaro libre que, con sus alas, asciende, otea, planea y sigue alto, cada vez más alto y tranquilo dibujando una línea en el cielo, cruzando fronteras, dejando una estela gozosa a su paso, siguiendo los surcos trazados de quién sabe quién, quién sabe hacia a dónde.

 

Con frecuencia pienso que un viaje nunca es planificado, solo vivido, puesto que no vas tú de viaje, es el viaje el que te lleva a ti, te atrapa, te engulle. De momento, el país aparece con tanta nitidez y transparencia, que solo tienes que dejarte llevar.

 

Así diría que es como estoy sintiendo este viaje a Etiopía. Una vez más, desconecto de mi cotidianeidad para soñar viviendo la cotidianeidad de otras gentes, otros pueblos lejanos, en el tiempo y en el espacio, y hacer de ello un camino compartido, sabiendo que no solo viajo a otro país, viajo hacia mi interior, siento una vez más que la experiencia es más espiritual que física, es de unión, reconocimiento y gratitud.

 

Me pregunto qué sé de Etiopía, conocida también como Abisinia, y me doy cuenta que muy poquito...  me vienen a la mente las míticas historias del Arca de la Alianza, de la Reina de Saba y el Rey Salomón, los rastafaris, a la vez que, me parece oír el canto de los muecines llamando a la oración desde remotos alminares, pero sobre todo, ante mí, aparecen esas imágenes de gente intemporal, de cuerpos altos, semidesnudos, esbeltos. Rostros quemados por el sol, altivos y desafiantes, que han soportado la hambruna que desde siglos invade al país.

 

Y es entonces, cuando empiezo a buscar información y así sé que la dinastía salomónica, tiránica y cruel desde la noche de los tiempos, fue derrocada en 1974 por el régimen comunista que gobernó al país hasta 1991. Desde entonces es una república federal y, aunque Etiopía mantuvo su independencia durante toda la repartición colonialista de África, sigue teniendo una de las rentas per cápita más bajas del mundo. En parte, consecuencia de esos más de 3.000 años de historias fraudulentas, y aislamiento crónico, siglos de regímenes absolutistas, épocas de reyes y emperadores, siendo el Negus Haile Selassie, "Rey de Reyes", "el León de Judea", el último emperador temido hasta su derrocamiento. En parte, responsabilidad nuestra, de este llamado primer mundo que, por un lado, envía alimentos y medicinas y por el otro, frena su desarrollo defendiendo así los propios intereses comerciales. Podríamos decir que, durante las últimas décadas lo que está haciendo Europa en África es peor que las atrocidades cometidas en la época colonial.

 

Pero, empecemos desde el principio, remontándonos a esa historia repleta de mitos y leyendas que nos habla de cuando la Reina de Saba, siglos antes de nuestra era, oyó hablar de un sabio monarca que reinaba en Jerusalén: Salomón. Según dicen, movida por la curiosidad, viajó hasta Jerusalén para conocer al gran hombre.

 

Desde su llegada, la Reina comenzó a ejercer una irresistible atracción sobre el hijo de David, quien pese a sus riquezas e inteligencia no lograba seducirla.

No obstante, al final de su estancia quedó embarazada y dio a luz, de regreso ya en Etiopía, a un varón al que llamó Menelik, que en su lengua amhárica significa hijo de un hombre sabio y el que se convertiría, años más tarde, en el primer rey de Etiopía. Así empezó la dinastía salomónica. 225 emperadores y reyes iban a sucederle hasta nuestros días.

 

Cuentan que cuando Menelik ya adulto, viajó a conocer a su padre, se llevó de Jerusalén el Arca de la Alianza, la cual permanece guardada en el templo de Santa María de Sión en Axum, vigilada por los monjes coptos. Según narra el Libro del Éxodo de la Biblia, el Arca contenía las Tablas de la Ley en las que estaban escritos los Diez Mandamientos que, Yahvéh entregó a Moisés en el Monte Sinaí. Ese cofre, al que se le atribuía un poder devastador, fue construido siguiendo  las instrucciones estrictas dadas a Moisés: fabricado de madera de acacia y revestido de oro puro tanto por dentro como por fuera, con su borde en forma de guirnalda y custodiado por dos querubines, quienes, con sus rostros vueltos el uno hacia el otro, las cabezas inclinadas y las alas extendidas, protegían la más sagrada reliquia del pueblo judío.

 

Etiopía, con casi 90 millones de habitantes, es uno de los países más poblados de África, posiblemente el tercero después de Nigeria y Egipto. El, hasta hace poco, crecimiento vertiginoso, con un promedio de hijos de 6, se está empezando a estabilizar ahora. También la esperanza de vida ha mejorado muchísimo, situándose ahora en 58 años los hombres y 64 las mujeres cuando hace poco era tan solo de 44.

 

La religión ha marcado, desde tiempos remotos, los cauces más profundos que determinarían la trayectoria del pueblo etíope, ya en el siglo IV, Etiopía adoptó el cristianismo, siendo la segunda nación en el mundo después de Armenia. Hoy en día, prácticamente el 65 % de la población es cristiana, entre ortodoxos/coptos, protestantes y católicos. El 30 % son musulmanes y el resto practican diversos ritos animistas. En esencia, La Santa Iglesia copta es la que rige la vida del país, con sus influencias del judaísmo: la circuncisión de los varones al octavo día de su nacimiento, la celebración del sábat (el sábado festivo en lugar del domingo); de la religión musulmana: la prohibición de comer carne de cerdo, la obligación de entrar descalzos en los templos y la separación de géneros en los mismos pero, sobre todo, de su principal libro sagrado: el “Kebra Neguest” (Gloria de Reyes) perteneciente al siglo XIV.

 

Reviso la ruta que haremos y veo que no incluye Harer, la ciudad sagrada de los musulmanes, una de tantas ciudades amuralladas, vigilantes y temerosas de los ataques que, sin tregua, leones, leopardos y hienas atemorizaron a sus moradores. Durante siglos, estos depredadores cercaban la ciudad durante la noche, intentando traspasar sus muros y saciar su hambre, devorando a cualquiera que se aventurase a deambular por las calles después del atardecer. Hoy en día, permanece acechada por manadas de hienas, si bien, han llegado a tener un pacto de no agresión con sus habitantes…. Un hombre, cada anochecer, alimenta estas feroces carroñeras con los despojos de las carnicerías locales. Acostumbradas al rito, las hienas se acercan pacíficamente a la ciudad a comer de su mano.  ¿Las fábulas se convierten en realidad, o es la propia realidad la que supera la ficción?.

 

 

Se aproxima ya el día de la partida, hecho una última ojeada a la ruta prevista para los 18 días que durará el viaje: vuelo directo a  Addis Abeba, la capital de Etiopía, circuito por el norte visitando Bahar Dar, ciudad bañada por las sosegadas aguas del lago Tana, nacimiento del Nilo Azul. Las otras ciudades son: Gondar, Lalibela y Axum. La segunda parte del viaje transcurre en el sur, en el valle del Río Omo: Arba Minch, Weyto, Turmi, Korcho, Key Afer y Jinka, aldeas donde habitan las etnias oromo, gurague, dorze, konso, ari, aana, aasketo, mursi, hamer, karo y tantas otras…

 

En Etiopía existen más de 50 etnias, algunas todavía se mantienen al margen de cualquier identificación con el consumismo, progreso o lo que entendemos por civilización, mientras que otras están sufriendo unos momentos de máxima vulnerabilidad.

 

 

 

 

 

 

28 de Febrero: Empieza el viaje por el Norte

Llego a Addis Abeba a las 6 de la mañana, después de pasar innumerables horas entre aeropuertos y vuelos, realmente exhausta. Los trámites del visado, cambio de divisas y recogida de equipajes fluyen sin problemas, ahora solo espero que se abran las puertas y encontrar una cara amiga sosteniendo un papel con mi nombre, ¡pero no! hay mucha gente esperando a mucha gente, sin embargo, paso ente todos ellos y mi nombre no está, vuelvo a pasar con más detenimiento y tampoco... empiezo a flaquear cuando, de pronto, me veo rodeada de miradas y todas ellas sonríen plácidamente, preguntan, quieren ayudar, ya hay 2 o 3 con sus móviles haciendo llamadas y asistiendo repiten "no problem", "no problem madam", así que renuevo mis fuerzas con la seguridad de que estoy en un país que me acoge y, como no podía ser de otra forma, al cabo de pocos minutos, alguien que sonríe todavía más se acerca con un papel en donde, ahora sí, está escrito mi nombre.

 

Addis Abeba, cuyo significado es "Flor Nueva", es una de las capitales más altas del mundo, con más de 2.400 m sobre el nivel del mar. Fue fundada por Menelik II, quien unificó el país a finales del s. XIX derrotando a los invasores italianos. Bajo el régimen de Mussolini en 1935, los italianos volvieron a ocupar Etiopía y 5 años después los etíopes les expulsaron de nuevo. Cuentan que por los años 60, en el césped de la calle principal, la Churchill Rd, pastaban rebaños de cabras y vacas y los nómadas cruzaban la calzada con sus numerosos y asustados camellos. Hoy en día es una ciudad destartalada, con más de 4 millones de habitantes, capital de la Unión Africana, en donde conviven más de 80 nacionalidades y lenguas distintas, además de cristianos, judíos y musulmanes. No he visto camellos en Addis Abeba aunque el caos lo invade todo, el polvo cubre la ciudad formando una densa capa sobre ella, las chabolas se alternan con edificios en permanente construcción o derribo, amurallados por un enjambre de troncos de eucaliptus que hacen la función de andamios.

 

En las calles, se cocina, se come, los niños juegan, corren detrás de una pelota, caen y se levantan para volver a caer al cabo de pocos pasos y ríen... las mujeres lavan la ropa en grandes barreños, venden frutas, especies, se compra y se vende cualquier cosa pero sobre todo se reza. Dando la espalda al ruido, al ajetreo del ir y venir constante, los etíopes rezan con gran devoción. Frente a los muros, que rodean las iglesias, se detienen a hablar con su Dios, son filas de hombres y mujeres detenidos en el tiempo, en medio de una ciudad que bulle, que palpita, que no cesa...

 

Visitamos la Iglesia de San Jorge y el Museo Nacional donde orgullosos custodian a Lucy (Australopithecus afarensis), cuyo hallazgo, en 1973, revolucionó la ciencia, en especial al paleontología puesto que se trata del homínido más completo conocido. Se dice que era una hembra herbívora, con una altura aproximada de 1,10 m con el cerebro de un chimpancé pero con una peculiaridad que la distinguía de sus ancestros: era bípeda. Esta simia estaba acercándose a lo que 3 millones de años después sería el ser humano.

 

Deambulamos por su mercado, el mayor de África, son hectáreas donde se genera el 40 % de la moneda nacional, aquí hay cabida para todo y para todos, pasamos por cuadras y cuadras de chabolas en donde impera el reciclaje, entre montañas de piezas de desguace, el ingenio, la astucia y la pillería son los únicos protagonistas. Si algo desaparece, en pocos instantes queda reconvertido en su opuesto. La gente acarrea fardos inmensos, todo se mueve, se intercambia y ahora sí, apenas empieza a oscurecer caigo rendida, feliz ante la expectativa de un nuevo día.

 

Volamos en dirección hacia el norte, el avión apenas se eleva y también tengo la sensación de

que vamos muy despacio, como si apenas nos moviésemos barridos por el viento,

observando un paisaje desolado, áspero casi desértico...

en el norte se cultiva cereal pero ahora justo ha sido cosechado,

por lo que la región se muestra inhóspita, aletargada.

 

En poco tiempo llegamos a Bahar Dar, tierra de los amara, procedentes de los semitas,

quienes aportaron al país, tanto el idioma amhárico como la religión cristiano ortodoxa.

 

Navegamos por el lago Tana, uno de los más grandes de África, con una extensión aproximada

a la isla de Mallorca. En el lago se encuentran 37 islas protegidas, la mayoría habitadas por grupos

de monjes coptos, quienes celosos custodian sus preciadas iglesias y monasterios.

 

En la península de Zeghe, visitamos el monasterio de Ura Kidane Mehret; cuando te acercas a él,

nada te hace presagiar la belleza que esconde, más bien piensas que se trata de un granero,

es un edificio austero de planta circular, techo cónico de uralita y rodeado por apenas un cañizo. Humildad y grandeza se fusionan, la naturaleza selvática da paso a un conjunto de obras de arte de una belleza insólita, las paredes de adobe repletas de pinturas representan escenas del antiguo y nuevo testamento, delicadas, exquisitas, de vivos colores, desafiantes al paso del tiempo pues

cuentan ya con más de 7 siglos.

 

En otra isla visitamos la iglesia Azuwa Maryam, un poco más pequeña que la anterior pero igualmente sobrecogedora.

 

 

Y de allí, nos vamos a ver las cataratas de Tis Isat (el fuego que humea), las cuales perdieron la espectacularidad de antaño debido a la construcción de una presa hidráulica que desvía el 75 % de su caudal, pero para nosotros la visión es muy especial pues estamos contemplando los orígenes del Nilo Azul. A partir de aquí, el curso de este río dibujará una curva muy amplia por el país, en forma de arco, a través de la región montañosa central de Etiopía, para formar rápidos salvajes cuyas furiosas aguas horadaron la tierra durante millones de años excavando poco a poco un cañón. Sus paredes son de roca volcánica, llegando a alcanzar una anchura de 25 a 30 metros, al mismo tiempo que van transportando, hacia el desierto, el limo que proporcionan las tierras altas de Etiopía. El Nilo recorre 800 km por tierras etíopes, en Jartum (Sudán) se traga al Blanco procedente de Uganda, y fundidos en un solo río, "el Gran Nilo", recorrerán juntos otros 3.000 km en descenso hacia el norte, rumbo al Mediterráneo.

 

Seguimos nuestra ruta hacia Gondar, capital del reino de Abisinia bajo el reinado del emperador Fasíledes en el siglo XVII. Visitamos castillos, palacios y los baños de inspiración medieval en donde, las enormes raíces de las ceibas, ficus y falsos bananos, invaden los muros de piedra que rodean el recinto. 

Narra la leyenda que, por el día, los etíopes pintaban el techo de la iglesia, pero eran los ángeles quienes completaban la obra durante la noche.

De Gondar nos vamos a Lalibela, también conocida con la Jerusalén negra. Fue construida como respuesta al progresivo avance del Islam que rodeaba a la capital imperial de Axum y concebida como la nueva Tierra Santa, pues las peregrinaciones cristianas a Jerusalén se estaban convirtiendo en una peligrosa aventura. Aquí se construyeron doce iglesias monolíticas, excavadas en la roca hace ochocientos años, y ahí permanecen como testimonio vivo de la intensa fe cristiana del pueblo etíope. Visitarlas es una experiencia espiritual. Los cánticos litúrgicos, el olor a incienso, el paisaje sobrecogedor, el silencio y recogimiento de los monjes y peregrinos.... todo en este lugar, hasta el más pequeño detalle, evidencia la presencia de Dios.

 

La iglesia de San Jorge, representando el arca de Noé, es para mí la más fascinante, quizás debido a su ubicación en lo alto de una montaña, como hechizada permanece contemplando el valle bajo el cielo infinito, océano de estrellas. Para el pueblo etíope, Lalibela es más que un conjunto de iglesias, es el símbolo de una promesa de redención.

Esta región es una de las más empobrecidas del país, azotada en varias ocasiones por esa hambruna, que fue ignorada, primero por su propio gobierno y después por occidente que, cuando reaccionó ya era tarde para miles y miles de etíopes. Estando la economía basada en la agricultura y la ganadería, las frecuentes sequías y la erosión del terreno generan graves crisis, situando a la población al límite de la supervivencia. En la sequía de 1972 murieron unas 200.000 personas pero en las de 1984 y 1985 se habla de casi un millón de muertos.

 

La propiedad de la tierra tradicionalmente perteneció a los emperadores, durante el régimen marxista se nacionalizó, siendo el Estado el único propietario, se crearon granjas y cooperativas siguiendo el modelo soviético, se separaron familias, a la vez que se unían grupos étnicos que nada tenían que ver entre sí, obligándoles a trabajar en semiesclavitud. Los campesinos siguen clamando por una reforma agraria que tarda en llegar. Todavía hoy deambulando por las aldeas, carentes de recursos básicos como la luz y el agua, vemos en los rostros de sus moradores las secuelas de enfermedades infecciosas que causaron y siguen causando hoy, en algunos ceguera, cáncer de piel en otros. La desnutrición y la falta de higiene, todavía es latente. 

 

Las casas, en realidad chabolas, están construidas de barro y paja, con el techo de uralita y en el mejor de los casos cubierto de ramas, el suelo es de tierra y, sin embargo,  lo cuidan, lo limpian.... cocinan fuera, encendiendo unas simples brasas y, a su alrededor es donde se reúnen, intercambian silencios, miradas esquivas cargadas de sueños, que todavía no se han cumplido.

 

Son imágenes casi fantasmagóricas, ante las que solo puedes dejarte atrapar por su embrujo. En Gondar se encuentra también la iglesia de Debre Berhan Selassie, un pequeño edificio de gran sencillez pero que alberga los más bellos querubines que jamás se hayan pintado. La última ciudad que visitamos en el norte es Axum, cuna de la civilización etíope y donde habita una de las cuatro etnias más importantes del país: los tigrai. Mil años antes de nuestra era y bajo la influencia comercial de los reinos de la península arábiga, se convirtió en un centro caravanero y punto defensivo para proteger los puertos del Mar Rojo y del Océano Índico. De aquí parte la historia de la reina de Saba, dando pie a todos los emperadores posteriores, a justificar su noble descendencia ligada al Pueblo Elegido y en línea sucesoria del Rey David. Visitamos la iglesia de Santa María de Sión donde afirman sigue guardada el Arca de la Alianza, pero lo que más nos impresiona, una vez más, es la gran devoción y veneración de este pueblo que pese a todo sonríe, comparte y sigue adelante.

8 de Marzo: Viaje hacia el Sur

Junto con Negus, el guía que nos ha acompañado en la ruta del norte, y Zerihun, el conductor, nos dirigimos hacia el sur habitado principalmente por los oromo y los gurague, además de diferentes grupos tribales. Así que, ahora ya, solos los tres recorremos 1.600 km por el valle del Gran Rift, ese quejido que no oímos pero sabemos que retumba en las entrañas de la Tierra. Apenas se percibe y sin embargo, allá, en lo más profundo, esa masa caliente que hace millones de años se formó, en su deseo de liberarse de las tinieblas, asciende y asciende, produciendo un abombamiento en la corteza terrestre. El resultado de las tensiones que se crean es una inmensa grieta que va desde los 40 hasta los 400 km de anchura, en un recorrido de 6.400 km desde el valle del Jordán, al norte de Israel, hasta Mozambique. Ahí estamos, contemplando su extraordinaria belleza donde la tierra se abre de cuajo para dar lugar a macizos montañosos, cañones afilados, lavas, cascadas, lagos, cráteres y volcanes que no cesan de hervir, burbujear y retumbar...

 

El origen proviene de la separación de las placas tectónicas al expandirse la corteza terrestre. Se trata del proceso inverso a la colisión de las placas que dieron lugar a las cadenas montañosas del Himalaya o los Alpes.  El latir del corazón de la Tierra despertó y una parte se hundió, los valles que quedaron bajo el nivel del mar albergaron lagos, otra se fracturó y apareció la falla y otra explotó dando origen a volcanes. Estudios geológicos nos revelan que esta descomunal cuchillada, con sus constantes temblores y emersiones de lava, podrían ser la causa de la fragmentación del continente africano, emergiendo una nueva cuenca oceánica, aunque para esto tendrían que pasar otros 10 millones de años..... Caminamos hoy por este gran valle testimonio de la agitación que aún existe en las profundidades del subsuelo.

 

Ante nosotros las primeras acacias que nos acompañarán el resto del viaje. En contraste con la tierra reseca y resquebrajada del norte, la vegetación aquí es exuberante, vemos campos de cultivo de sorgo, mijo, tabaco y algodón, también café, mango y diversos árboles frutales, así como hojas de chat, este cultivo que se está extendiendo más y más, llegando incluso a desplazar a los cafetales, debido a su menor rentabilidad. Su consumo es muy popular en esta zona, se trata de un estimulante que te hace recuperar las fuerzas ofreciendo sosiego al cuerpo y serenidad al espíritu. Al masticarlo, se segrega un líquido amargo, casi áspero, haciendo volar así el pensamiento de quien cree en sus promesas, es el éxtasis dicen, el regalo de "Alá", se vive una felicidad compartida puesto que se disfruta en compañía, celebrando pequeñas ceremonias, "la hora del chat". Sin embargo, también están implícitos los efectos negativos, a la euforia de las primeras horas, le sigue la melancolía, la introspección e incluso el sentimiento de culpa. Tiene también una acción anoréxica, causa insomnio y provoca impotencia.

 

Llegamos a Arba Minch y al día siguiente nos levantamos prontito y nos dirigimos a la aldea de los dorze. Su gente, como la mayoría de las etnias del sur de Etiopía, hace tan solo unas décadas eran nómadas y cazadores, sin embargo, hoy en día, se han asentado en diversas zonas practicando la agricultura y ganadería principalmente. Los dorze habitan en lo alto de las montañas Chencha, a  3.000 metros de altitud, sus chozas construidas con bambú y las hojas del falso banano son inconfundibles: techos muy altos, tejados inclinados y frontales con forma de nariz o trompa de elefante. Además de agricultores también son excelentes tejedores y recolectores de miel. Basan gran parte de su dieta en el kocho, muy rico en hidratos de carbono. Se trata de una pasta que extraen del falso banano y que dejan fermentar durante meses. Después se amasa como una torta y se tuesta. Nos la ofrecen con miel y juntos la saboreamos en una de sus chozas. 

Después, nos acompañan a su mercado, el sol es abrasador a esa altura y casi a 40 grados, pero disfruto el momento, ellos sonríen y yo... río con ellos a carcajadas.

 

Por la tarde vamos con una frágil barca a dar un paseo por el lago Chamo que está infestado de hipopótamos y cocodrilos. Cuando nos dirigíamos hacia el lugar, estaba tranquila, lo vivía como una nueva experiencia pero, cuando me vi en aquellas aguas, no podía creer lo que me estaba pasando, por qué estaba yo allí sabiendo que los hipopótamos, esos gigante acuáticos de apariencia inofensiva son, junto con los cocodrilos, los animales salvajes que provocan más muertes en África. El barquero, un hombre mayor, parecía muy experto y conocedor del lugar, pero realmente me sentí aliviada y agradecida cuando pisé tierra de nuevo.

 

Los días transcurren y las emociones van en aumento, conozco a dos americanos que están haciendo más o menos la misma ruta que yo, solo que ellos van en avanzadilla... algunas noches coincidimos en los lodges en donde nos alojamos y cenamos juntos. Me dicen que en un lugar recóndito, los hamer van a celebrar la ceremonia del salto del toro, es el rito de iniciación que practican los adolescentes, a través del cual ya pueden acceder a los privilegios que otorga la edad adulta. No me puedo creer que este sueño se pueda materializar, es sin duda uno de los rituales más primitivos que se siguen celebrando en el siglo XXI, así que convenzo a Negus para que me lleve a ese lugar mágico. No es fácil encontrarlo y después de varias indagaciones y la ayuda de guías locales, llegamos a lo que podríamos creer que se trata del fin del mundo, sin embargo, cuando llegamos, lo traspasamos, así literalmente, es como un embrujo. Caminamos y caminamos en el medio de la nada, la tierra arde, la temperatura ahora supera de nuevo los 40 grados, arbustos, diversos tipos de acacias, la flor del desierto que nace de ese pequeño baobab al que llaman pie de elefante y, de pronto, empezamos a oír cantos, gritos, latigazos y el rugir de los toros mezclado con el sonido de las sonajas elaboradas con semillas secas que las mujeres llevan anudadas en los tobillos. Sabemos que estamos en el lugar.

Los hamer son el grupo étnico más numeroso, cuentan con unas 15.000 personas, son pastores semi nómadas, agricultores y recolectores de miel, aunque su verdadera vocación es la cría de ganado. Veneran su cuerpo, al que dedican mucho tiempo y esfuerzo. Las mujeres se untan el pelo con una pasta rojiza hecha con grasa de animal y arcilla, y las casadas llevan una melena con trencitas y flequillo, también lucen un "biñere" que es como un cerco pesado de hierro, que termina con una vistosa protuberancia fálica, en el caso de las que son primera mujer. Visten con cueros de animal decorados con conchas de caurí y algunas llevan un recipiente de calabaza como casquete. Los hombres se peinan también con trenzas y los mayores y más valerosos, se ponen una pasta de arcilla en la cabeza, de forma que el pelo les queda adherido, como remate, una pluma de avestruz. Todos, tanto hombres como mujeres, exhiben orgullosos las escarificaciones sobre sus torsos desnudos.

 

Cuando llegamos la ceremonia está iniciando, es el momento en el que las mujeres, en pleno trance, suplican y provocan a los hombres para que les azoten en la espalda con unas largas varas. Es la primera escena que presencio, nada más llegar me ofrecen un sitio entre ellos. Apenas puedo creer lo que veo, instintivamente me tapo la cara con las manos pero el sonido del látigo me desgarra por dentro. 

Me explican que es la forma en la que las mujeres demuestran su valor, su coraje, pero sobre todo su amor y apoyo hacia el joven que está siendo iniciado en este ritual, por tanto, suelen ser sus hermanas, primas, sus mejores amigas, las que se ofrecen para recibir estos golpes. De las heridas, empieza a brotar sangre pero sus rostros son inescrutables, no hay la menor muestra de dolor, su orgullo es más fuerte impidiendo así que se manifieste.

 

Estas escenas quedan enmascaradas por las danzas, los cantos, el sonar de campanillas... es un día de júbilo, de cohesión social. Poco después, nos trasladamos a otro lugar en donde esperan los toros.

Es una gran explanada, donde la tierra retumba bajo nuestros pies y las acacias, testigos fieles que, presencian desde tiempos remotos el salto del toro, el final del rito. De pronto, aparece el joven, esta vez totalmente desnudo, altivo, agradeciendo a su pueblo la confianza que han depositado en él. Estamos llegando a la culminación del ritual, él, en medio de todos, contempla la escena, se pasea desafiante, está en el centro de su universo y entonces, salta varias veces sobre los toros alineados que sus amigos han sujetado como una última ofrenda.

 

A partir de este momento, se considera que ya es un adulto, y está preparado para formar una nueva familia.

Un nuevo día y esta vez será para conocer a los karo, un pueblo conformado por unas 1.000 personas. Son los únicos sedentarios del lugar que habitan en unas aldeas situadas estratégicamente sobre el río Omo. Tanto los hombres como las mujeres, decoran su cuerpo con pinturas vegetales blancas y ocres. Las mujeres llevan el pelo recogido en bolitas, un clavo en el labio inferior y se las ve cargadas con coloridos collares y brazaletes. Al igual que los hamer, los jóvenes adolescentes practican el salto del toro pero a diferencia de éstos, ellos lo celebran en forma colectiva, por lo que este rito iniciático tiene lugar solo cada dos años. 

 

Para llegar a su aldea, cruzamos el valle del Omo. Aunque estamos en la época seca, el lugar es de una belleza espectacular. Nuestro coche se abre paso en esta zona semiárida dibujando el camino, el cual se desvanecerá, sin dejar huellas, tan pronto hayamos pasado. También vemos por primera vez enormes, altísimas termiteras escalando al cielo. Tan pronto llegamos, comprobamos que la amenaza que está sufriendo este pueblo es insostenible. Dependen de la crecida anual del río, la cual propicia la rica biodiversidad de la región que, hasta hoy, les ha garantizado su seguridad alimentaria, pero el bosque ha desaparecido y está siendo reemplazado por grandes extensiones que el gobierno ha cedido a empresas turcas para su explotación. Durante los próximos 100 años, el lugar que hasta hora ocupaban los cultivos para su subsistencia, se utilizará para plantaciones de algodón. Asimismo, dado que los terrenos de pastoreo también están próximos a su extinción, tampoco habrá cabida ya para las vacas, cabras y ovejas, parte vital del modo de vida de la mayoría de estos pueblos indígenas al proporcionarles sangre, leche, carne y pieles.

 

Desde el 2011 el gobierno empezó a arrendar enormes extensiones de tierra fértil de esta región a empresas malasias, italianas, indias y coreanas para la plantación de biocombustibles y otros cultivos de alto valor económico como palma de aceite “Koka”, jatropa, algodón, maíz... Ha comenzado a expulsar a los indígenas de sus tierras para reasentarlos en otras zonas y dejar así paso al proyecto gubernamental Kuraz Sugar, que podría llegar a cubrir 245.000 hectáreas. La usurpación de tierras y el reasentamiento forzoso de estos pueblos es ya un hecho.

 

Los karo, así como tantos otros pueblos de la región, se niegan a abandonar su lugar, son animistas y su conexión con la naturaleza, las montañas que les rodean, así como con los ríos es sagrada. El reasentamiento equivaldría, sin duda, a su pérdida de identidad, abandonando su tierra perderían también la conexión con sus ancestros que hasta ahora les han guiado y protegido. A pesar de las constantes denuncias por parte de asociaciones en pro de los derechos humanos, el avance a lo que llamamos progreso o civilización parece inevitable.

 

Ya se está acercando el final del viaje, esta mañana hemos estado en el ambulatorio de una pequeña aldea, para dejar medicinas que habíamos recogido el grupo que estuvimos viajando juntos por el norte. En este tipo de viajes, todos llevamos un botiquín por si acaso y, por supuesto, en la mayoría de los casos permanece intacto hasta el final, así que fuimos para entregar las medicinas allí. El agradecimiento de los que se ocupaban del lugar ha sido inmenso, yo estaba aturdida intentando explicar minuciosamente cómo y para qué usar cada medicamento, realmente es conmovedor ver su dedicación y gratitud sin límites. 

Después, hemos visitado el mercado de Key Afer, donde cada jueves se dan cita las diferentes etnias de la región, principalmente los ari, hamer, bana y bassada. Hay una parte dedicada exclusivamente al ganado y otra en donde se intercambian todo tipo de alimentos y también artesanía, pero no es solo eso, quizás lo más importante es fomentar los vínculos entre ellos, así se exhiben con sus mejores pieles, gruesos brazaletes de metal, sus cuerpos pintados y engalanados con plumas y flores, desprendiendo todo tipo de aromas provenientes de las grasas que utilizan para ungir sus cabezas y crear complicados peinados.

 

Miradas que se cruzan portadoras de mensajes codificados, que solo ellos saben interpretar, estás ahí como flotando, te desborda la experiencia sabiendo que estás sin pertenecer a ella.

 

 

Llegamos a Turmi, una aldea envuelta, una vez más, en una nube densa de polvo, me alojo en un hotel local. Al cansancio se añade el calor y el ataque masivo de mosquitos, además no hay agua. Dicen que en todo el pueblo no habrá agua durante las próximas horas. Poco a poco me siento empequeñecer, echo en falta poder lavarme la cara, las manos y entonces recuerdo que la mayoría de la gente del sur, con la excepción de los que viven en las pequeñas aldeas, viven sin electricidad y también sin agua, camina kilómetros hasta el pozo o río más cercano para lavarse y llenar esas garrafas amarillas de plástico que cargarán a su espalda de regreso a sus hogares y veo la sonrisa y la dulzura de los empleados del hotel como queriendo compensar con ellas ese pequeño contratiempo. Me acuesto pronto, quizás ni siquiera son las 9, pero quiero dormir, en mí se debaten sentimientos opuestos y soy consciente que no solo emocional sino también físicamente estoy derrotada. 

 

A la mañana siguiente, nos dirigimos al territorio de los mursi, posiblemente la etnia más espectacular visualmente pero también la más vulnerable, la más dañada en la actualidad. Son un grupo de unas 4.000 personas, sus aldeas están compuestas por pequeñas chozas hechas con ramas superpuestas sobre una precaria estructura de palos flexibles. Fueron cazadores, recolectores y luego pastores, pero en la actualidad son agricultores estacionales aunque conservan algunos rebaños. Son agresivos, hasta hace poco peleaban con lanzas pero éstas han sido sustituidas por los kalachnikov por lo que todavía tienen un aspecto más guerrero. Hasta hace pocos años vivían aislados del mundo, pero la llegada de turistas, cámara en mano, ávidos de robarles unas imágenes, cambió su vida. Atrás quedaron sus ritos, sus ceremonias, sus creencias... su único interés ahora radica en conseguir cuanto más dinero mejor, el cual, ineludiblemente invierten en alcohol, hasta tal punto, que el gobierno solo autoriza la visita a sus aldeas por la mañana. A partir del mediodía están ebrios y la agresividad en ellos se magnifica. Van espectacularmente engalanados, a las mujeres adolescentes les hacen una incisión en los lóbulos de las orejas y en el labio inferior donde colocan un platillo de arcilla, fabricado y decorado por ellas mismas. Este platillo cada vez es sustituido por otro más grande hasta que se produce tal deformación que deben arrancarse un par de dientes, su función es puramente estética, cuanto más elevada es la posición social a la que pertenecen, más grande es el platillo.

Después de esta visita empiezo ya mi regreso hacia Addis Abeba. En mi corazón se arremolinan todos los colores del arco iris, imágenes de caminantes envueltos en esa neblina que abrasa, que ciega... los hombres portadores de su "urcuma" o "burase", ese apoyacabezas de madera, tallado con esmero y decorado con delicados dibujos y grabados, utensilio irrenunciable para cualquier pastor africano que campee, antes se quedan sin mosquetón o sin morral que sin urcuma, pues aparte de almohada, también lo utilizan como asiento.

 

Atrás voy dejando rebaños de camellos, vacas, cabras y ovejas con sus pastores, niños de apenas 4 años o ancianos, a las mujeres, sustento de familias y de historias que siguen adelante al margen del tiempo. Se agolpan en mi mente las imágenes de las tankwas, esas frágiles canoas que vimos en el lago Tana que no son sino un complicado y firme tejido de hojas y ramas asegurado con cuerdas muy gruesas, que no hacen sino exponer su extrema fragilidad ante los hipopótamos, los únicos reyes del lago. Recuero el sabor del inyera, su plato nacional, esa torta blanda elaborada con el teff, el cereal base de la alimentación del país, cuyo cultivo es resistente a los más extremos cambios climáticos y crece en cualquier altitud.

Y... Zeri, el conductor, ajeno a todas mis emociones, avanza por los caminos etíopes esquivando con habilidad baches, ganado, gente y más gente...

 

Etiopía es un país fascinante, con cultura autóctona, lengua propia y escritura con caracteres distintos a cualquier otro idioma en el mundo, con libros sagrados y crónicas reales que se remontan siglos atrás, su historia pertenece a los albores de la humanidad y, sin embargo, la pobreza y la hambruna parecen envolverla, sin tregua, como un manto adherido a su piel. Recordamos y nos estremecen las palabras de C.G. Jung cuando afirma "El hombre se acostumbra a todo, siempre y cuando alcance el apropiado grado de sumisión". ¿Es éste el sino de este país? Algo en mi interior me dice que no.

 

Según denuncia Ryszard Kapuscinski -escritor y reportero polaco- en su extraordinario libro "El Emperador", la fuente del hambre radica generalmente en la distribución injusta o errónea de la riqueza del patrimonio nacional. Así sabemos que, el último emperador Haile Selassie, el Elegido de Dios, quién, durante casi 50 años, gobernó el país como monarca absoluto, señor feudal dueño de vidas y haciendas, de conciencias y sentimientos... era considerado por muchos líder, no solo en el plano terrenal sino también en lo divino, no olvidemos que los rastafaris ven en él a la tercera reencarnación de Yahvéh, después de Melquisedec y Jesús, sosteniendo, y así lo anuncian, su resurrección y regreso al trono. Pues bien, Haile Selassie, a medida que iba entrando en años, aumentaban en él su avidez y codicia, senil y penosa sin límites. Ryszard nos describe como, en los últimos días de su reinado, encontraron debajo de las alfombras de palacio fajos de dólares hasta dar la impresión de que el suelo era verde.  Llegó a sacar centenares de millones de dólares de las arcas del estado, cometiendo, él y su gente, estos actos de rapiña en medio de los cementerios de gente muerta por hambre, cementerios que se veían desde las ventanas de palacio. Pero, no fueron los altos dirigentes los únicos responsables, se sabe que en momentos de crisis, la mediocridad se convierte en algo muy peligroso pues, al sentirse amenazada, se vuelve implacable.

 

Ante toda esta demencia, testimonios de su gente más allegada respondía a Ryszard en sus entrevistas refiriéndose al Negus como: Su Augusta Majestad, El Gran Bondadoso Señor, mi Señor Todopoderoso, nuestra Sacra y Real Majestad, Venerable y Magnánimo Señor, el Más Ilustre de los Señores ... Me pregunto si es posible establecer la línea entre el bien y el mal, qué ven nuestros ojos y siente nuestra alma si ante la misma situación y persona unos lo consideran un rey paternal, bondadoso y amante de su pueblo, en ocasiones severo pero siempre justo y, otros, un demente voluntariamente ignorante del mundo que le rodea, del hambre y la corrupción y necesitado de la más ciega lealtad.

 

Nos cuesta aceptar cuando Ryszard menciona que fue tan solo en 1950 cuando la esclavitud se erradicó totalmente en Etiopía... que por aquella época seguía siendo práctica habitual cortar piernas y brazos como castigo por delitos e incluso faltas leves... que cuando un hombre, acusado por el pueblo de asesinato -no existían tribunales en aquella época- era descuartizado a hachazos en ejecución pública, teniendo en cuenta que, el ajusticiamiento debía correr a cargo del familiar más cercano, es decir, el hijo se veía obligado a matar a su padre o la madre a su hijo... que hechiceros daban de beber a niños pequeños misteriosas pócimas de hierbas para que, éstos, enajenados por su efecto, embriagados y guiados aparentemente por fuerzas sobrenaturales, descubriesen el paradero de ladrones, este método era conocido como "liebasha"... o la práctica "afarsata", que consistía en rodear una aldea en donde se había cometido un delito, y mantener a su población sin comer hasta que alguien señalase al culpable, casi siempre el resultado era que la población entera moría de hambre....

 

El Negus Haile Selassie fue aboliendo estas prácticas en aras del progreso, sin embargo, en paralelo, hemos visto como se cometían otras aberraciones de igual o mayor magnitud. Querido y odiado, ensalzado y repudiado, finalmente fue derrocado en 1974 por el golpe de Estado comunista del comandante Menghistu, quien estableció, a su vez, una feroz dictadura hasta que, en 1991, fue destituido por un frente guerrillero del norte y tuvo que exiliarse a Zimbawe. Eritrea ganó su independencia y, como consecuencia, desde entonces Etiopía perdió su mar. Hoy en día es una República Democrática Federal.

 

¿Habrá sido éste, como describe Javier Reverte en su libro "Los caminos perdidos de África", un viaje en el tiempo, para ver lo que éramos hace miles de años? Me pregunto cuánto hemos cambiado y en qué consiste el cambio.

Podría decir que he recorrido el país de norte a sur, por el norte en esos aviones que parecen que nunca llegan a despegar totalmente, avanzando a quejidos, a la vez que susurran la belleza de la tierra que van dejando atrás, por el sur recorriendo las más diversas carreteras, algunas de asfalto y otras apenas caminos insinuados, lenguas de tierra atrapadas entre acacias.

 

Etiopía es un país de fuego, donde se mezclan los ocres anaranjados con el blanco impoluto de los pañuelos y turbantes, que resaltan la belleza tanto de mujeres como de hombres. Un país que camina llevando pesados fardos: a la espalda sus pequeños, en la cabeza garrafas de agua, leña, sacos de semillas... pero también su pasado, caminan llevando consigo penurias, abusos, olvidos, hambrunas silenciadas... y lo hacen erguidos, altivos, sabiendo que quieren y pueden cambiar el rumbo.

 

Por último decir que, algunas de las imágenes captadas fueron robadas, otras las pagué al precio pactado, en realidad ellos decían la cantidad y yo me limitaba a pagar, pero la mayoría fue el resultado de vivencias compartidas, miradas curiosas cargadas de complicidad, sonrisas arrebatadas, momentos de unión y aceptación mutua que surgieron en el camino.

 

Dicen que para entender un país y amar a su gente, debes caminar a su lado, reír sus alegrías y llorar su llanto, así he sentido este viaje, pasando de la fascinación a la tristeza, incluso a la ira, pero siempre con el respeto de quien no conoce, abierta a dejarme sorprender continuamente y con la esperanza también de haber sido capaz de transmitir, como los antiguos trovadores o cuentacuentos, el latir de este pueblo.

 

                                                                                                                                       Marzo, 2015

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