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Mi paso por el sur de la India

Agosto, 2012

Goa. Llevamos casi 24 horas en India, este país que tanto amo y sin embargo, aunque a veces me cueste reconocerlo, necesito una adaptación, al clima, ese calor húmedo, en este caso debido principalmente a los monzones que aunque tímidamente ya estuvieron presentes hoy, gotas gruesas que caen precipitadamente, hasta podríamos decir furiosas, como si el tiempo sí que contase para ellas y tuviesen que llegar en estampida y, por otro lado, los contrastes, la paz, esa sensación de estar en armonía, de pertenecer y formar parte del todo y de pronto la distancia, nosotros, vosotros, te vendo, el regateo, una mirada, una sonrisa, volvemos al principio…

 

Benaulim, una aldea inmersa en grandes palmeras que surcan el cielo cargadas de frutos, campos de arrozales, el aroma del mar, su gente que se acerca a deambular por la playa, a recoger juntos las redes de pesca, a jugar al cricket, a agradecer al sol su presencia y despedirle hasta el próximo amanecer. También paseamos por Colva que, perdió el encanto que sin duda tuvo transformándose para venderse al turismo, y en la bulliciosa Margao, desde donde tomamos el tren hacia Hampi.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tras 8 horas de tren llegamos a Hospet, atrás quedaron las palmeras dando paso a montañas de exuberante vegetación, casi lujuriosa, de sus entrañas, como si de un gran desgarro se tratase, brotan cascadas de una belleza indescriptible, grandes torrentes de agua añadiendo vida a la vida….

El tren sigue su curso atravesando arrozales y después maíz, caña de azúcar, cereales, un poquito de huerta y de pronto un paisaje árido…. Casi sin que lo notemos van apareciendo grandes rocas de granito, el lugar parece detenido en el tiempo: Hampi, preservando su pasado muestra con orgullo su antiguo bazar donde mercaderes de tierras lejanas comerciaban con piedras preciosas, sus templos, palacios, plazas…. antaño capital de un gran imperio conocido como Vijayanagar, hoy, sin duda, un lugar mágico.

 

Al atardecer sentadas frente al templo se acercaron a nosotras 2 hindúes, su sola presencia desprendía no solo dignidad, eran en sí portadores de un aurea especial, se sentaron junto a nosotras y como si de un ritual se tratase, uno de ellos peló un plátano, le dio un trocito a su amigo, otro a un señor que estaba acostado en el suelo también junto a nosotras, otro a Maragda, otro a mí y finalmente para él el último bocado, a los pocos minutos se levantaron y adentrándose en la noche desaparecieron….

 

Pasamos los días en Hampi donde los monos trepan a su antojo por los árboles, saltan de tejado en tejado en busca de comida, ¿supervivencia? ¿glotonería? las ardillas juguetonas alardean ante nosotras su habilidad escurridiza, las vacas caminan desafiantes a todo, a todos, los cuervos, presentes en todo momento, cuando no los ves, los oyes, y los perros, flaquísimos, durante el día están como adormecidos y en la noche aúllan como lobos, quién sabe qué intentan decirnos, preguntamos el nombre de un perro que se nos acercó, el hombre sonriendo, con ese brillo hindú en su mirada nos dijo: “los perros no tienen nombre”, y es que aquí los perros no tienen dueño, el tiempo se comparte, el espacio se comparte, la vida es vivida….

 

Al amanecer, delante de cada casa alguien ha pintado un mandala, gratitud, buena suerte…. Cada día un nuevo dibujo, una nueva ofrenda, las vacas hacen pipi y ellos se acercan y recogiendo unas gotas de su orina las derraman en sus frentes, gratitud, buena suerte….

En el templo, tienen un elefante bendiciendo por unas rupias al que se acerca, esta mañana vi como lo sumergían y bañaban en el río, a su lado también la gente  se bañaba, rezaba, meditaba…. Llegan peregrinos, familias  enteras de todo Karnataka para realizar sus rituales. Anoche, cuando llegamos a nuestro “guest house” estaban cenando pilas de tortitas, una masa mezcla de cereales, verduras y mucho picante…. A los pocos minutos estábamos sentadas con ellos comiendo sus tortitas, distinto color de piel, no llevamos sari, pero nos habíamos convertido, al menos por unos instantes, en parte de su familia.

Escribo estas líneas contemplando el río, tomando chai y comiendo unas tortitas fritas, que en Alcoy las llamamos coquetes frexidetes (esta vez no pican), preguntándome maravillada cómo llegaron hasta aquí estas piedras, cómo se formó este entorno, quién fue su creador, y cuando más pensaba que el día transcurriría sin sorpresas dejando vagar mis pensamientos, veo que una peregrinación se acerca a nosotras. En pocos minutos formamos parte de ellos envueltas por la fragancia de las flores que las mujeres entretejen en sus trenzas, los más jóvenes bailan hasta entrar en trance al ritmo de los tambores, a ellos se unen los latidos de nuestros corazones y con la emoción se funden en uno solo, ya no puedo distinguir qué ni a quién oigo.

 

Llevan las caras pintadas, nos las pintan. Incienso, cocos, flores, todo son ofrendas al dios mono Hamunan. Después de un par de horas, sentadas en silencio, meditamos por un rato alejadas un poco, en frente de los palmerales y bananeros, mecidas por el viento, oyendo el rumor todavía de sus cantos.

Por la noche el escenario cambia, tomamos el tren que en 9 horas nos llevará  a Bangalore, nos despedimos de Govinda, nuestro rickshaw man, quien nos ha acompañado desde que llegamos a Hampi, todo respeto, dulzura, cogía flores de los árboles y nos las ofrecía, cada mañana al levantarse sus primeras palabras son Shanti Shanti (que haya paz, armonía, calma), se va al río a bañarse y se muestra ante el nuevo día con la marca roja en el tercer ojo, solo para recordarle que no se adormezca….. tiene 23 años, vive con sus padres, hermanos, cuñadas, sobrinos…. y aunque hace 2 años se enamoró de una chica francesa y mantiene la esperanza de volverla a ver algún día, piensa que posiblemente al año que viene le dirá a sus padres que ya es momento de casarse, ellos le buscarán una mujer, tendrá que tener, al menos, 2 o 3 años menos que él y también unos centímetros menos de altura, y se casará porque de otra forma no tendría el apoyo de su familia y sin él no podría vivir….

 

Estamos en nuestro compartimento de tren, son literas de 3 alturas, una noche más despliego mi saco sábana, descanso mientras las imágenes del día siguen presentes, algunas tan luminosas y nítidas que creo vivirlas de nuevo, cierro los ojos y me adormezco. La dureza del asiento, los ruidos, los movimientos bruscos hacen que abra los ojos y me siento conmocionada al verme rodeada de gente durmiendo en el suelo, no había apenas un trocito libre de cabezas, piernas, brazos que se entrelazaban…..

 

A la llegada a Bangalore voy a comprar los billetes de tren para Mysore, en la cola: empujones, trompazos, gente que intentaba por todos los medios llegar a la taquilla saltándose el turno…. aturdida consigo mis billetes y de nuevo 3 horas más hasta llegar a Mysore, la gente  a nuestro lado comía y simplemente las pieles, cualquier resto, siguiendo la ley de la gravedad, caía en el suelo, allá donde miraba veía gente escupiendo, suciedad…. ¿no fue en este mismo país, en este mismo momento en donde fui abrazada por la sonrisa y generosidad de su gente, donde la elegancia y la dignidad se anteponían a todo? ¿cómo es posible convivir en los extremos? ¿somos todo así y de alguna manera ciegos ante ciertos aspectos que queremos ocultar? ¿vivimos con esta dualidad y sin ser conscientes de ella? con estas preguntas y tantas más me encuentro presenciando una de las obras más maravillosas construidas por el hombre. Sensibilidad, belleza, grandiosidad son algunos de los ingredientes con los que se construyó el palacio del maharajá de Mysore, no es real, no puedo sino pensar que estoy viviendo un cuento de hadas, ¿las mil y una noches? se encienden centenares y centenares de luces dibujando su silueta y ahora sí que estoy segura que lo que estoy viviendo es un sueño…..

Vamos a cenar al Tiger trail, un lujoso hotel como un remanso de paz en medio de la bulliciosa ciudad, música y ambiente chill out, comida picante y riquísima, los comensales extranjeros e hindúes, todos ellos de los que solo viven en uno de los tantos mundos, uno que posiblemente han amurallado ignorando el resto.

 

Esta vez, dejamos atrás las llanuras para empezar el ascenso de las montañas Nilgiri que se convierten en bosques de cañas de bambú, pinos, abetos, eucaliptus…. Es la reserva del tigre, a él no le vemos pero sí montones de ciervos, elefantes, búfalos y cómo no, ¡monos! y empezamos a reconocer las plantaciones de té, ondulantes como las olas del océano o como el manto de una virgen, un manto de esperanza, y así llegamos a Ooty, un pueblecito de montaña, bullicioso, salpicado de templos hindúes, alguna mezquita,  cruces de iglesias católicas, nos dejamos perder por sus estrechas callejuelas, ruidosas, polvorientas pero alegres, las casitas se apilan unas encima de las otras, cada una de un color y así serán los pueblos que veremos al día siguiente cuando con el tren de vapor hagamos el recorrido de Ooty a Mettupalayam.

Atravesando las escarpadas montañas cruzamos pequeños túneles como si penetrásemos en lo más profundo de la tierra y a la salida los amplios valles nos esperan para darnos la bienvenida.

 

 

De Mettupalayam cogemos un autobús local y llegamos a Coimbatore desde donde iremos en tren a Kochin. Estoy en frente de la estación, cansada físicamente, muy cansada, pero feliz. 

 

… y llegamos a Kochin y durmiendo pasamos de largo….. había preguntado al revisor a qué hora estaba prevista la llegada, nos dijo que a las 5:50 así que pusimos el despertador a las 5:00. Tan pronto abro los ojos, como hago ya habitualmente, empiezo a preguntar, esta vez, cuánto falta para Kochin y a los pocos minutos nos vemos rodeadas de un montón de gente, parecían un poco desolados y al unísono y con ese movimiento de cabeza que nunca acabas de entender si la respuesta es afirmativa o negativa, repetían, no, no Kochin no, no …. perplejas entendimos que hacía 2 horas que habíamos pasado Kochin, realmente su preocupación era mayor que la nuestra que de pronto entendimos que Amma nos estaba esperando ya. La siguiente estación era Kollam y sabíamos que Amritapuri, donde se encuentra el ashram de Amma estaba cerca, así que fuimos a tomar un café. Entre tantos lugareños había una pareja de americanos, tuve una intuición y me acerqué a preguntarles si conocían el ashram, no solo lo conocían sino que estaban esperando un taxi que venía  a recogerlos. En una hora llegamos al ashram, eran las 7 de la mañana, llevávamos un día viajando en rickshaw, tren de vapor, autobuses, trenes …. y finalmente ¡Amma !

 

El ashram está en la misma aldea en la que nació Amma y allá donde empezó a dar sus primeros abrazos, es una pequeña península en el corazón de los backwaters de Kerala, esas aguas que del mar han ido penetrando en la tierra, formando canales, pequeños lagos, creando un verdadero paraíso laberíntico en donde no te importaría perderte para siempre.

 

Los días en el ashram transcurren plácidamente, escuchando bhajjans (cantos devocionales), mientras Amma prodiga su darshan (abrazo), te dejas llevar por las melodías hasta entrar en profunda meditación,  arropada por la armonía y ternura del lugar, a veces busco un sitio no tan concurrido, en realidad lo prefiero, hay mucha gente por todos los lados, hindúes y de todos los países del mundo, me siento bien pero también pienso que me gustaría encontrar un ashram con más silencio, menos actividad.

 

Conocemos a mucha gente, charlamos, reímos, compartimos esas experiencias tan especiales que yo diría que solo la India te ofrece, paseos por la aldea, a lo largo del canal observando a los pescadores con sus redes, viviendo la cotidianeidad del lugar. Van pasando los días y nos sentimos bien, la colchoneta sigue siendo dura, durísima, pero nuestro cuerpo se ha adaptado perfectamente, las duchas de la mañana consisten en ir echándote agua (fría) con un pozalito, poco a poco vas incorporando estos hábitos y te das cuenta de que así está bien, las cosas importantes son otras, que con frecuencia nuestra vida diaria no nos permite ver, ni apreciar, estando aquí la gratitud la sientes a cada instante, en cada soplo de vida.

El cielo es como una bóveda densa, a veces pesada, derrama sus lágrimas con la fuerza del monzón casi a diario, por poco tiempo pero gran intensidad….. y sentimos a Amma, nos hablan de ella, considerada un Sat Gurú (maestro verdadero), un avatar, emanación divina, a veces como la diosa Khali, destructora del ego, voraz, implacable, otras como la gran madre “Sri Mata Amritanandamayi Devi” abrazando el mundo.

Pusimos en su mano el “prasan”, los obsequios que va dando a cada uno de sus hijos; recibimos su darshan y nos sentamos a meditar a su lado, horas mirándola, sintiéndola, impregnándonos de su mensaje sencillo y profundo…. compramos “Rudraksham”, semilla que armoniza los chackras, y nos puso uno que llevaremos con su bendición sintiendo su conciencia pura protegiéndonos.

 

Una tarde la meditación fue en la playa, allí nos sentamos a su alrededor un grupo de 400, quizá 500, 600 …. quién sabe, estamos en un lugar donde todo fluye, en donde los números no existen, el tiempo no cuenta, se detiene, todo es presente, aquí y ahora…. así nos sentimos, en un silencio gozoso, un silencio roto únicamente por las olas del mar Arábigo, y eso sí, algún cuervo, y después nos espera otro regalo, Amma rodeada de sus swamis cantará para nosotros….

 

Hoy he empezado el “seva”, cuando llegas al ashram te comprometes a colaborar en alguna tarea así que he estado encuadernando y decorando libretas, lo primero que me han dicho era que se trataba de algo totalmente creativo pero pronto te percatas que la creatividad debe ser al estilo hindú… me he limitado a hacer lo que hacían los demás y han estado muy contentos. Esta tarde hemos decidido también que nos íbamos, quizá en un principio pensábamos que estaríamos más tiempo pero de alguna forma volví a tener la misma sensación que al principio…. demasiada gente, demasiado ajetreo, tuve la impresión de que había llegado el momento de cerrar esta etapa, me siento más próxima a Amma, he visto la devoción de su pueblo, he vivido con ellos la espiritualidad que sin duda nos une pero también creo que debo seguir mi camino.

Antes de ir a la habitación fui un momento a uno de los lugares que más me han gustado del  ashram, ese rinconcito en donde dio sus primeros abrazos, me senté allí a meditar un poco y al abrir los ojos descubrí que alguien había depositado en mis pies una fotografía de Amma, su mirada clara, transparente, la recibí como un “hasta siempre”.

“Que el árbol de nuestra vida quede firmemente arraigado en la tierra del amor;
 

Que las buenas acciones sean las hojas de ese árbol,
 

Que las palabras amables formen sus flores
y que su fruto sea la paz”

 

Amma

Ya estamos a 13 de Agosto, nos levantamos con un cielo azul radiante, cogemos un rickshaw a Kayankulam y de allí un autobús local, de esos que son todo puro hierro y donde siempre cabe alguien más, y llegamos a Allepey, nos esperan los backwaters, aquí  todo es tierra y agua, palmeras y arrozales sumergidos, bellísimos canales que dan vida a tanta gente. Por la tarde paseamos por la playa, la cálida arena es custodiada por palmeras y más palmeras y sacudida por las olas del mar, aquí también la gente viene a pasear, a sentarse y charlar, a bañarse vestidos y pescar, son imágenes de una gran belleza.

Surcamos sus canales impregnándonos de su cielo reflejado en el agua, todo nos envolvía, acariciaba, por momentos nos sentíamos intrusos viéndonos inmersas en sus vidas pero pronto percibimos que el acogimiento era total, allá donde mirábamos encontrábamos una sonrisa, vimos como las mujeres portadoras con una elegancia inigualable de sus coloridos saris, lavaban su ropa golpeándola con fuerza contra las piedras, o inmóviles ante sus casas, con una caña esperaban la llegada de algún pez para la cena, vimos como se bañaban realizando su aseo personal, los niños correteaban y también las gallinas que picoteando aquí y allá parecían ajenas a todo.

 

Saboreamos sus cocos, palomitas de maíz, zumos…. y callejeamos, siempre entrando en sus templos que al atardecer reciben las plegarias, y se iluminan con las velas que les ofrecen. Observamos que aquí, en el sur, especialmente en Kerala, los hombres no suelen llevar pantalones, utilizan los lungis, una especie de pareo que les llega hasta el suelo y que algunas veces se lo anudan graciosamente a la cintura convirtiéndolo en una falda corta.

En frente de la playa entramos en un chiringuito construido como las barcazas de los canales con las hojas de las palmeras entretejidas y bambú, no reconocimos la música pero nos gustó mucho, así que pregunté y eran bajjhans de Amma, cuando nos fuimos nos habían grabado las canciones en un CD. Dejamos Allepey con un poquito de nostalgia, la sensación de dejar atrás un pueblo amigo al que alguna vez volveremos…

 

De nuevo nos encontramos en un autocar abarrotado de gente, con el ya familiar traqueteo, esquivando todo tipo de obstáculos, vehículos, gente, por cierto aquí, en Kerala, no es tan frecuente ver las vacas deambulando por doquier, y así, inmersas en el ruido y bullicio, después de unas tres horas, estamos en Varkala, un inmenso acantilado, de vez en cuando una playita y entre las rocas, no importa a qué altura, las palmeras erguidas hacia lo alto, curvadas como reverenciando al mar, en cualquiera de sus formas, allí están engalanadas con sus frutos coronando la cima del acantilado.

Hay todo tipo de cabañas, chozas, casitas pintadas pegadas una a la otra, quizá antaño fue el refugio de los pescadores del lugar, ahora están solo para el turismo, alojamiento, comida, tiendas, pero en verdad sigue siendo precioso un paseo a lo largo de esta increíble costa, especialmente en esta época que casi no hay gente, así apreciamos la tranquilidad, el rumor del mar sintoniza con el sonido de la lluvia, el viento, imposible distinguirlos, se perciben como uno solo en perfecta fusión.

Visitamos el templo de Janardhana, nos mezclamos con la gente y nos unimos a su devoción, un señor me dice que hoy es un día auspicioso y de momento lo que siento es que así es mi  vida auspiciosa, nos ofrecen “prasan” y lo agradecemos.

 

Me gusta hablar con la gente en los templos, en la calle, allá donde estemos, a veces soy yo la que me acerco, siempre pidiendo información, sin embargo, la mayoría de las veces son ellos quienes vienen hacia nosotras, es cierto que también nos quieren vender algo pero eso solo sucede en contadas ocasiones, casi siempre se acercan movidos por la curiosidad, ofrecen su ayuda, vienen, miran, sonríen abiertamente y permanecen.

 

En Varkala hay mucha gente del norte de la India, Darjeeleing, Cashmira y también del Tíbet…. Les digo que conozco su país y se ponen muy contentos, nos saludamos uniendo las manos “Namaste” que no es tan usual aquí en el sur, y ese simple gesto todavía nos une más.

Pushkar trabaja en un restaurante al que hemos ido ya varias veces, esta noche después de servirnos la cena, cogió una silla y simplemente se sentó con nosotras y allá estuvo todo el rato mirando como cenábamos (nos había preparado unos momos riquísimos), charlando, preguntándonos un montón de cosas y abriéndonos también su corazón. Nos pilló por sorpresa cuando nos dijo que no nos olvidaría nunca y lo repitió varias veces como queriendo asegurarse de que habíamos entendido bien, decía que en general a los turistas no les gustaba charlar y había sido muy feliz con nosotras, como Govinda también es muy joven y amoroso, tampoco nosotras le íbamos a olvidar.

Esta vez nos dirigimos en tren hacia Kannyakumari, el  punto más austral de la India, donde se juntan los tres mares, el Golfo de Bengala, el Índico y el mar Arábigo, dicen que el fin del camino, quizá el principio del instante eterno… Nos alojamos en el hotel, callejeamos un poquito y ya se instala en nosotras la sensación de que el lugar es especial, los cánticos nos llegan de todos los puntos cardinales y prácticamente no cesan en toda la noche, por la mañana, sobre las 4, la intensidad va creciendo, nos levantamos dispuestas a ver salir el sol pero no estamos solas, centenares de gente caminando entre los barcos, las rocas... nos dirigimos hacia ese final, ese principio, se crea una energía propia, mágica, el arco iris presenciando también la escena nos protege desde lo más alto y empiezan las primeras luces del amanecer, la gente sonríe, nos hacen fotos y se las hacemos a ellos, caminamos juntos, cada instante es único, nos miramos, y poco a poco según se eleva el sol nos invade una paz, una quietud, rodeadas al principio de tanta gente al final quedamos en silencio, frente al mar, contemplando el sol en su constante ascenso y fue entonces, como si de una fábula se tratase, que empezaron a aparecer personajes, los primeros fueron unos viejitos, todo amor y ternura, se sentaron a nuestro lado absortos también contemplando como rompían las olas de los tres mares, la única comunicación entre nosotros fueron sonrisas y miradas pero cargadas de complicidad, comprensión, al poco se fueron y llegaron unos renunciantes vestidos de naranja y engalanados con sus malas, avalorios…. peregrinos errantes, quién sabe desde dónde venían, también permanecieron un rato, querían conversar, nosotras también pero ellos hablaban hindi y tamil, nosotras no….  

Después visitamos el templo de la diosa Kumari y a pocos kilómetros el de Padmanabhapuram…. y al día siguiente como un ritual, allí estamos de nuevo presentes, esperando un nuevo amanecer, vamos a la playa y una vez más nos quedamos ensimismadas ante sus juegos, sus risas, no importa que los saris se mojen, tampoco los zapatos, vestidos como si de un paseo se tratase van adentrándose en el agua, viviendo el momento, después…. la ropa se secará, los zapatos también, todo volverá a ser como antes y siguen las fotos, muchos nos piden que les hagamos una fotografía, luego, cuando se las mostramos, aparece en sus rostros una imagen de felicidad plena, son unos instantes, no pretenden nada más, no quieren quedarse con la foto, a veces ni siquiera quieren verla, solo vivir ese instante, vivirlo sin  más…

 

 

Y… llegamos a Madurai en autocar desde Kannyakumari, la carretera era buena, prácticamente autopista todo el tiempo, pero al poco de partir fueron desapareciendo las palmeras y el paisaje perdió su encanto, más bien era anodino, nada que destacar, cuando llegamos a Madurai sufrimos el mayor impacto desde que estamos aquí, suciedad y miseria allá donde  mirábamos, un olor penetrante, desagradable y ruido, mucho ruido, encontrar el hotel no fue fácil y de pronto nos sentimos en un mundo inhóspito…. sin embargo, al despertar hoy la ciudad seguía siendo la misma pero nuestros ojos la percibían ya de otra forma, seguimos inmersas en el caos, un sentimiento de impotencia se apoderaba de nosotras cada vez que necesitábamos cruzar la calle, volvíamos a ver vacas y también mendicidad pero ante todo la ciudad mostraba su lado devocional, de nuevo mandalas a las entradas de las casas, cada pocos metros había un templo y cuanto más nos acercábamos al gran templo de Sri Meenakshi más y más peregrinos iban apareciendo. El templo de Madurai es único por su grandiosidad, colorido, belleza, es como un pequeño pueblito, acogedor, que da cabida a todos los dioses, a  todos sus devotos….

 

 

El calor aquí es agobiante así que nos alejamos y buscamos refugio en las colinas de alrededor, también en las azoteas y por la noche decidimos emprender de nuevo viaje, esta vez hacia Kochin.

 

Palmeras y backwaters nos dan una vez más la bienvenida, Kochin es un pueblo precioso volcado al mar, rodeado de pequeños islotes a los que todo tipo de barcos voltean sin cesar, barcos grandes, con mercancía, especies que viajarán a otros países, barcos más pequeños que llevan a la gente y sus rickshaws, motos que, como sin rumbo, van de un lugar a otro y como no, los pescadores que cada día con sus corazones cargados de esperanza se adentran en el mar. Deambulamos por el barrio judío, esas casitas llenas de tantas historias vividas, por sus ventanucos traspira todo el misterio que el pueblo judío entraña, entramos en la sinagoga, en sus tiendas, galerías de arte repletas de antigüedades, tesoros, quizá falsos tesoros pero qué importa….  a la puesta de sol nos sentamos frente a las milenarias redes chinas a contemplar el guiño de luces reflejado en el mar.

 

Tomamos el ferry y después un autobús para ir a la playa de Cherai en una de las islas que hay frente a Fort Kochin. Os estoy escribiendo contemplando la fuerza del mar, su sonido…. son playas largas, muy largas, aquí solo hay mar, arena y las incondicionales palmeras danzantes al viento.

Por la mañana asistimos a una meditación “ragas”, guiada por el sonido del sitar y las tablas, somos poca gente, casi en la oscuridad, apenas la luz de una vela pero al cerrar los ojos una luz radiante nos invade, es una experiencia increíble que repetimos al día siguiente y también al otro. El lugar es un teatro, escuela, aunque ellos le llaman templo pues así lo sienten y así lo vivimos nosotras también, por la tarde asistimos a un concierto de tablas, armonio y una voz que penetra en lo más hondo del ser y por fin el Kathakali, explosión de sentimientos, cómo es posible transmitir tanto con solo la mirada, los gestos, las manos… Es sin duda, la obra que más me ha emocionado, ya desde el principio te hacen partícipe, te involucran, los actores se sientan allí en el escenario y empieza la transformación, se van maquillando y poco a poco el proceso te envuelve y te hace sentir parte de él.

Conocemos a una pareja de australianos que como nosotras están asistiendo a las meditaciones, conciertos, poco a poco se va gestando una amistad, ¡compartimos tanto en estos momentos ! Al despedirnos nos regalan un mala de la montaña sagrada de Arunachala.

 

 

Se acerca el final del viaje, ya casi estamos preparando la vuelta,  un vuelo a Bangalore y de allí a Goa, el lunes ya regresamos a casa, se acabaron las niñas vestidas de princesitas con los collares de perlas de plástico, echaré de menos que alguien me pare por la calle para que nos hagamos juntos una foto, que el camarero se siente en la mesa conmigo y me cuente su vida, que después de comprar algo me inviten a tomar el té y charlar, que algún desconocido que se cruce en mi camino me regale una flor y una sonrisa, saludar con las manos juntas “Namaste”….

 

Así es India, un mundo de contradicciones a veces, pero en esencia un paraíso de espiritualidad.

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